24 DE
MARZO
Volver. Algunos van
taciturnos, observan como a la distancia, como con respeto al espacio vacío.
Cierran los ojos, suben escaleras, intentan caminar guiados por algo que
creemos intuitivo. Otros no paran de hablar, de contarnos quien, como, donde,
cuando. Avanzan vertiginosamente y se aventuran curiosos por puertas y
pasillos, incontinentes. En todos, el índice funciona como el verbo que va
dando sentido a esa cosa críptica que son hoy los lugares que funcionaron como
CCD.
Y en
todo y en todos el estremecimiento. Ese momento donde en el cuerpo revela una
Verdad. “Acá estaba yo”, “acá es”. Puede ser un escalón, un marco o hendija de
ventana, un olor, una campana. Difícil que lo comprendamos quienes no hemos
atravesado esa experiencia. La del dolor. El más profunda. Ese que no solo deja
marcas en el cuerpo. La experiencia concentracionaria.
La
memoria no es el recuerdo. El recuerdo es vívido o difuso, es un buen recuerdo,
o uno malo. Pero es siempre uno. De uno. La memoria es otra cosa. La memoria es
polifónica, colectiva, conflictiva, caótica. La memoria completa es la Historia , las memorias
son las historias. Los testimonios que obsesivamente necesitamos.
La palabra. La
justicia es uno de los espacios que nos hemos dado para hacer circular esos
sentidos. En el recinto de la Ley ,
la palabra del testimonio adquiere otra resonancia, se amplifica, y queda
flotando como un eco. Beto me decía “cuando uno da testimonio, el dolor sigue
estando, pero ahora es compartido”. Somos todos quienes portamos ahora ese
dolor.
El cuerpo. El estremecimiento del
dolor, del recuerdo del dolor, es inefable. Por eso el dolor es la puerta del
recuerdo. Así lo pensaba Benjamin en sus Crónicas de Berlín, donde pensaba
también en Proust, y en como el dolor, el físico, es una puerta de entrada al
recuerdo, y a un juego de espejos que llamaba “posibilidades afines”.
Solo el
dolor puede transportar ese recuerdo de los que no puede ser puesto en
palabras, lo que no puede transmitirse ni siquiera en la experiencia. Solo el
cuerpo puede cargar ese recuerdo, las marcas en el cuerpo, el cuerpo como
marca. Como viejos guerreros. Por eso este dolor es recuerdo, no memoria. Es
profundo y personal.
La
ciudad es el cuerpo de lo social, su dimensión material. Ella también carga las
marcas de un dolor. Ese dolor resiente el cuerpo, es odio, silencio,
resentimiento, culpa, vergüenza. Es también soberbia, prepotencia, violencia,
represión.
Los
lugares donde funcionaron los CCD son hoy las marcas urbanas de ese pasado.
Pero esas marcas no solo vestigios o ruinas, son los indicios de una historia.
El uso, desuso y abuso que se hace sobre ellos habla de esta
traducción/traición que reniega en el pasado lo siniestro del presente.
Preguntas. En su dimensión
material, críptica, estos cuerpos, edificios, palabras, coagulan todas las
contradicciones y preguntas de nuestro tiempo. La pregunta por la violencia
política y la violencia estatal, sobre la legitimidad de una y de otro, sobre
la planificación, sistematicidad, racionalidad del plan de exterminio tanto
como su improvisación, azar, incompresibilidad; preguntas sobre los
concentracionario, la excepcionalidad y el miedo como modos de la política
contemporánea; preguntas sobre los héroes, los perejiles, las víctimas, los
militantes, los sobrevivientes tanto como sobre la sociedad que los nombra, los
cristaliza, los apropia. Los incluye, los escucha, los silencia, los ignora.
Pero
también, estos lugares lanzan preguntas a través del tiempo hasta el ahora. Estas preguntas, en la
perdurabilidad de los edificios, “peinan la historia a contrapelo” (Benjamin) y
nos hacen indagar por las continuidades (la impunidad, la represión, la
tortura, los proyectos de país y las herramientas de la política en su
prosecución, pero también sobre las practicas cotidianas, el silencio, la
discriminación, el titeo, el abuso del poder), y lógicamente, las
discontinuidades, principalmente, el lugar del Estado y el nuestro en relación
a él, a la política.
24 de marzo. Las
fechas, como los ex CCD, también son hitos en el tiempo que concentran y nos
traen preguntas y contradicciones. El riesgo de las fechas es clavarse en el
almanaque, como un reloj digital que solo muestra el segundo presente. La
potencia del “35 años” es el sentido de “proceso”, de continuidad del tiempo,
su conectividad, como las agujas de un reloj que muestran el paso del tiempo
más que el instante. La potencia de esos 35 años, que anuda sentidos en una
historia, un logos que devuelve el sentido al ahora, cualquier sentido,
distintos sentidos, contradictorios. Pero sentidos, al fin, a lo que parece no
tenerlo, a lo inefable de ese dolor.
Historia. No puedo pensar la
historia bajo los grandes nombres. No alcanzan los grandes nombres: memoria,
genocidio, plan sistemático, golpe cívico militar… Poco dicen, poca luz echan.
Siento más bien una compulsión, la de conocer los nombres, las tramas, los
hechos y como se fueron desenvolviendo. Los sentidos que explican la
experiencia. No los grandes conceptos, dolor, alegría, odio. Los pequeños
significados, relatos. Narrar esas historias.
Los
CCD, las fechas, los testimonios, son esas marcas, que buscan un sentido, no
son un relato, nos compelen a que lo construyamos. Los guías de los espacios de
memoria están siempre tras la discusión por el Guión, el relato que cuente lo
que allí pasó, que le de un sentido a lo que allí pasó. Quienes, como, porque.
Dicen que reparar es entender lo que pasó. Dar un sentido. Comprender es
entender, no de causas, sino de experiencias. Ponerse ahí. Lo imposible. Lo
necesario.
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