20 de octubre de 2011

DERECHOS HUMANOS - EFECTOS

EFECTOS DEL TERRORISMO DE ESTADO.
POLITICAS PÚBLICAS y SALUD MENTAL

Esta es la presentación leída en el Conversatorio en Conmemoración del Asesinato de Melissa Alfaro Mendez en la Asociación Nacional de Periodistas del Perú, la cuelgo para poder compartirla con todos los compañeros del otro lado de los Andes.

PRESENTACIÓN
Los recorridos de la vida me llevaron a cruzarme con Norma y con Igor, a quienes quiero agradecer muchísimo no solo la invitación que me han hecho para venir acá a aprender de la experiencia, la lucha y los recorridos de ellos y todos ustedes acá en Perú, sino especialmente el calor y afecto con que lo han hecho y que me han brindado.
Vengo entonces a hablar en otro tono en relación a los anteriores ponentes. Vengo con la tonada argentina. No vengo a enseñar o decirles nada, solo algunas cosas que estuve pensando mientras escuchaba a otros ponentes.
Nos separan palabras grandes como los Andes. Yo escuchaba antes a los otros ponentes, y me resonaban palabras como “guerra sucia” y “elementos subversivos”, y, en Argentina, costó mucho limar esas palabras. Costo 28 años dejar de hablar de Gobierno Militar para decir Dictadura, y hoy peleamos por el reconocimiento en el lenguaje de la Dictadura Cívico Militar. Es una pelea, el oficio de la palabra es una pelea. Pero como los Archipiélagos, lo que nos separa nos une, si tenemos estas distancias es porque en el fondo nos sentimos unidos... Entonces, quiero invitarlos a pensar algunas palabras.


PALABRAS: LA REPARACION
Específicamente, dos palabras, que tan en el tapete del debate parecen estar por estos días aquí en el Perú. O al menos eso me parece de las conversaciones que vengo teniendo con Norma. En primer lugar, la palabra reparación. “hacer Justicia” decía Zunilda (anfitriona de la ANP) al abrir este conversatorio: que una institución se abriera a su historia y se abriera a nosotros para reconocer su historia es un acto de justicia. Entonces pensar la reparación como un acto simbólico, no solo como el cierre de un proceso, administrativo o judicial. Sino hacer y hacernos justicia que como sociedad nos debemos.
La palabra reparación es una palabra muy problemática. A la argentina le costo muchísimo poder aprehender esta palabra. Porque la palabra reparación viene ligada a otra palabra que es la palabra daño. La palabra delito, daño, reparación, forman una tríada que viene de otro lenguaje, que es el lenguaje de la justicia.
¿Qué es reparar? Compensar un daño. ¿Qué daño? El causado por el delito. Pero, ¿Qué delito? El del Terrorismo de Estado. Y ¿Qué daño es el del terrorismo de Estado? Y ahí entramos en un problema, porque ¿Cómo se mide el daño causado por el agente responsable del cuidado y la misma reparación? La Justicia nos pide la justa medida del daño, para poder determinar la justa medida de la reparación, pero ¿es medible este efecto del terrorismo de Estado?
Nosotros decimos que pensar y trabajar con los delitos de lesa humanidad es entrar en el terreno de lo siniestro. La palabra siniestro tiene una fuerte connotación freudiana, y en nuestro medio la configuró Fernando Ulloa para hacer alusión a algo del orden de lo terrorífico, algo del orden del Terror; pero ese terror se instala en lo familiar, en lo cotidiano.
Lo siniestro es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo antiguo, a lo familiar. Por de pronto —y no me extenderé en esto— el vocablo alemán heimlich que significa familiar, se transforma con el agregado de un prefijo de negación en “un heimlich” algo así como infamiliar o más precisamente oculto o secreto, concretamente siniestro”.
Ese Terror no es un “otro” externo e identificable que me amenaza, esto digo yo, no es la guerra, amigo y enemigo, sino un terror que se dispersa en nuestro entorno, se hace indefinido, incierto, inefable. Al instalarse el terror en lo cotidiano se desdibuja nuestro mundo, nos dispone en el terreno de la incertidumbre sistemática, porque eso que nos amenaza no sé donde está, no sé que es. Hay algo de lo arcaico sobre lo que gira lo siniestro.

EFECTOS DE LO SINIESTRO
Entonces, ¿Cuál es el efecto de lo siniestro? ¿Cómo se traduce lo siniestro en nuestro cotidiano? Dice Fabiana Rosseaux en relación a la desaparición y el duelo: “Vida y muerte son así desprovistas de la dimensión de lo estrictamente humano. La desaparición de personas empujó a quienes debían atravesar por este duelo a la construcción de un duelo por fuera de la ley (funcionamiento clandestino - duelo clandestino). Nuestro desafío entonces, introducir los significantes que han quedado reprimidos -tal como Freud planteaba- para poder realizar un trabajo de reinscripción de la historia cancelada; y construir un legado del que puedan reapropiarse las nuevas generaciones”.
También algo de lo cual han hablado los compañeros anteriores de la mesa. La sospecha. La sospecha es un efecto de lo siniestro pues instala la desconfianza con el “otro”. ¿Quién es el que está al lado? ¿Qué quiere? ¿Quién sos? “Por algo habrá sido” decía Argentina, y también Paola (periodista de La Mula) señalaba algo similar en relación a la “calidad de victima” que le tocaba ser a Melissa, una periodista comprometida, y que entonces, “en algo habrá estado”.
Lo siniestro se instala desde la sospecha y entonces reclama el disciplinamiento de la sociedad, una compulsión obsesiva que para domesticar  la sospecha poner cada cosa en su lugar: que me digas quien sos.
Otro efecto. El anestesiamiento de la injusticia social. Frente a este terror, mi sufrimiento no vale nada. El terror me pone en un lugar que me denigra, porque frente a ese sufrimiento, el mío no vale nada. Pero ¿alguien sabe lo que sufro? Eso es algo que no puedo poner en palabras, que no puedo compartir. Nos anestesiamos así frente a las injusticias sociales. Esto no es sufrir (o luchar) al lado de lo que sufrieron otros.
Finalmente, quisiera traer la «encerrona trágica», otro concepto de Ulloa. Los Centros Clandestinos de Detención instalaron el terror en una situación dilemática, torturado y torturador. “En la tortura se organiza hasta el extremo salvaje una situación de dos lugares sin tercero de apelación. Por un lado, la fortificación del represor; por el otro, el debilitamiento del reprimido” (...) “debe interpretarse como encerrona trágica toda situación donde un sujeto depende de alguien que lo maltrata o “destrata”, sin tomar en consideración la situación asimétrica e incluso de desamparo”.
El autor plantea que en esa situación se produce la inexistencia del tercero de apelación. Yo estoy totalmente indefenso frente a un “otro” que puede definir no solo mi muerte, sino especialmente mi vida. Esto es lo más terrible, como sostiene Pilar Calveiro (en Poder y Desaparición), uno no puede ni siquiera quitarse la vida, porque esa decisión, ultima, la más radical decisión de un sujeto (pero decisión del sujeto al fin) ya no le pertenece. Eso es el quid del sistema de des subjetivización concentracionario del Terrorismo de Estado.
Y esto no puede ser puesto en palabras. Encerrona, anestesiamiento, sospecha, duelo. Efecto cuyo daño no puede ser medido en días de encierro, o porcentajes de incapacidad, como nos pide el concepto de reparación.

LA FALACIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Y esto tiene que ver con una falacia inicial en la forma en que pensamos los derechos humanos. Pues ellos son derechos cualitativamente distintos de los derechos sociales, civiles y políticos. Estos pueden codificarse, tipificarse y quedar cristalizados ahí, en un conjunto positivo de derechos y obligaciones que tocan a cada ciudadano.
Pero lo derechos humanos, más que un contenido de ciudadanía, es un criterio de demarcación: no que nos corresponde sino a quien le corresponde. Y ese “a-quien” no es producto de una definición sino de un proceso.
Giles Deleuze cuenta una anécdota. Me acuerdo el momento en que se prohibió fumar en los taxis. Antes se fumaba en los taxis. Hubo un momento en que ya no se podía fumar en los taxis. Los primeros chóferes de taxi que prohibieron fumar en sus vehículos provocaron reacciones por parte de los fumadores, que protestaron. Uno de ellos era un abogado y entonces inicia una acción legal al taxista. ¿En base a que consideraciones? Que cuando alguien tomaba un taxi era locatario, el locatario tiene derecho a fumar en su casa, tiene el derecho de uso y de abuso, como si la dueña del departamento me dijera “No tenés derecho a fumar en tu casa”, yo le diría “Si, claro que tengo derecho a fumar, estoy en mi casa”. Entonces el taxi fue asimilado a un departamento rodante cuyo usuario era un locatario. Diez años más tarde se universalizó por completo que o se puede fumar en un taxi: el taxi es asimilado a un servicio público. En un servicio público está prohibido fumar” (Deleuze: 1989).
Por lo tanto, dice el francés, “los que se conforman recitando los derechos humanos son unos tontos. De lo que se trata es de crear, no de aplicar los derechos. Se trata de inventar las jurisprudencias en las que para cada caso esto ya no sea posible, y esto es muy distinto (…) luchar por la libertad es realmente hacer jurisprudencia (…) Y esto es ser de izquierdas: crear el derecho” (Deleuze: 1989). Como decía Hegel “el centro siempre estuvo vacío”, los derechos humanos no son un objeto fijo y definido, sino algo que se construye y es construido a lo largo de la historia y de la luchas por su definición.
En todo caso, el único absoluto son estas luchas, pero no existe un aparato positivo, operativo, programático que pueda pensar en la realización de estos derechos. No existe una política de derechos humanos sino a condición de su falibilidad, in completitud, multiplicidad, integralidad y transversalidad. No existe una política de derechos humanos a condición de que esta pueda ser reinventada.
Hacer jurisprudencia, inventar los derechos, que no son, insisto un conjunto estable y cristalizado sino una invención a través de la lucha, de las luchas históricas.

REINVENCIONES
Las reparaciones (económicas, jurídicas, simbólicas) que el Estado otorga a las víctimas del Terrorismo de Estado fueron siempre producto de una lucha de los organismos sociales, una lucha originalísima por inventar el sentido de la reparación.
En Argentina, cuando se abren el Juicio a las Juntas Militares, las víctimas del Terrorismo de Estado no podían hablar de su militancia, pues ser militante era ser culpable: eran todas  victimas inocentes, “daños colaterales” de la “guerra sucia” entre “dos demonios”. Me suena a cosas que hemos escuchado estos días por acá. Ese ocultamiento no fue sin efectos, pero también fue una forma posible, en ese contexto de poner a los genocidas en la cárcel. Una forma posible en un marco de imposibles.
Luego, la impunidad se consagró. Y en ese nuevo marco de posibilidades los organismos supieron reinventarse, abrir una zona de incertidumbre a su favor. “Si no hay justicia hay escrache” fue la consigna con que HIJOS entro al espacio público político y modificó las reglas del juego.
O los Juicios por la Verdad. Si no puedo reclamarle al Estado que encarcele a los culpables, si puedo reclamarle que me diga la Verdad, la Verdad como derecho. Se abrieron así juicios cuyos efectos no eran penales, pero que dieron un espacio social para que las víctimas pudiesen poner su palabra en el espacio público. Recuerdo a un compañero que me decía después de declarar en uno de estos Juicios: “el dolor sigue ahí, pero ahora los comparto con todos en el pueblo”. Lo siniestro no sana, pero se lleva de otra manera. Y el Estado tuvo que escuchar, y finalmente todos esos relatos fueron los que alimentaron las primeras causas una vez caídas las leyes de impunidad.
Entonces, la paradoja de los derechos humanos es esa, que son una invención que tenemos que recrear constantemente en nuestras luchas.  El daño es incuantificable, la reparación es imposible. En todo caso la reparación será un proceso, proceso colectivo, no individual. Porque la lucha es colectiva, porque el daño fue social: sospecha, anestesiamiento, terror lo que dañaron fue el tejido social. Y recuperar ese tejido implica entonces procesos colectivos.

A MODO DE CIERRE
Yo quisiera cerrar compartiendo dos ejes éticos del trabajo que me parece están en relación con esto último y con las conversaciones sostenidas. En primer lugar, trabajar desde lo singular. Ni héroes ni victimas. Ponerlos en ese lugar es cristalizarlos en el mismo dilema trágico que los puso el Terrorismo de Estado, objetos sin voz ni poder. Y ponerlos en el lugar de héroes es además injusto para nosotros. Entonces trabajar desde lo singular es preguntar primero ¿Quiénes eran? Y eso creo yo que es lo que he encontrado hoy. Hoy puedo decir que he conocido a Melissa. ¿Quién era Melissa? Hoy sé que era esa joven vivaz, periodista comprometida, hija cariñosa, hermana cómplice, fumadora empedernida, estudiante, y hasta poeta. Eso es trabajar desde lo singular, desde la trayectoria de cada uno que socava esos lugares comunes y estáticos que alimentan la sospecha y el disciplinamiento. ¿Quiénes eran? Yo he escuchado mucho aquí y sigo sin saber quienes eran La Cantuta, quienes eran Barrios Altos. Quisiera en un futuro viaje poder decir que también los he conocido a ellos.
Otro eje que quisiera traer a colación es la alegría. Esa es la palabra que nos legaron los escarches. Cuando HIJOS se confirma, se encuentran como sujetos silenciados con un pasado común, y salen a la calle a gritar “acá viven represores”, hacen esto con una alegría que modificó, a mi entender, las formas de hacer política en Argentina. Transformó las marchas de “ceño fruncido”. Los escarches eran murga, apertura de puertas de vecinos, un lugar de encuentro para descubrir quienes eran. Tenemos estos reclamos, estas denuncias, estas heridas, para un Estado siempre responsable. Pero como ven no he venido a hablar de responsabilidades del Estado de acá o de allá. No creo que este sea el lugar. Creo que este es el lugar de venir a saludar esta lucha, este encuentro en la lucha, y de celebrar este encuentro con alegría.


1 comentario:

Vera Vital Brasil dijo...

Querido Matias

Quiero abrazarlo con mucho caríño por brindarnos con esta especialisima ponencia que nos anima a seguir luchando para crear otros y nuevos derechos humanos!

Vera, desde Rio, Brasil