23 de noviembre de 2011

DERECHOS HUMANOS - AUDIENCIAS


17 AUDIENCIAS


Previa. Chicha se sienta muy cerca de Cozzani, que la mira por sobre el hombro y luego hunde su cara entre las palmas de las manos. Chicha está rodeada de un ejército de acompañantes. Arriba del escenario dos muchachos arman la escenografía. Juegan con una pizarra y la interponen entre el juez y nosotros.
Mientras, las hienas están calmas. Murmuran con sus defensores, observan a los muchachos acomodar la escena. Parecen aburrirse. Algo traman. Las querellas van llegando de a poco, los fiscales, las defensas. La escena comienza a poblarse, vasos de agua, custodios. El Show está por empezar.


Alguien nos convida un caramelo. Quienes asistimos asiduamente a los juicios, sabemos que hay algo en ellos. Corren por debajo de la mesa de los querellantes, abogados de distintos “palos”, de distintas víctimas. Corren de mano en mano entre los asistentes del público. Un poco de azúcar para estirar las largas horas, un poco de dulce para llevar este trago amargo.
De mano en mano, las bolsitas de caramelos van creando una comunión. Son las hostias de esta misa tan particular.
Frivolidad. Alguien señalaba en una reseña anterior la frivolidad de los defensores paseando por el Pasaje Rodrigo. Uno los escucha conversar antes de la audiencia, tomando un café en la esquiena. Que si llegan con la pintura, que si llueve la pileta se queda sin segunda mano, que el pintor no contesta. Faltan minutos nomás para que Mauricio Peiris, hermano de Juan Carlos Peiris, quien el 24 de noviembre de 1976 se encontraba con otros compañeros de la agrupación Montoneros en la casa de la calle 30, de la ciudad de La Plata, cuando fuerzas conjuntas atacaron la vivienda asesinando a los cinco militantes que se encontraban allí y secuestrando a Clara Anahí Mariani, quien aún se encuentra desaparecida. El caso es uno de los que se ventilan en este Juicio por los delitos de lesa humanidad que lleva adelante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, los días lunes y martes, y que tiene 26 genocidas imputados.

Peiris contó su historia, una historia cortada por el silencio y el miedo. El silencio como herramienta de seguridad frente a los seres queridos, y el silencio como efecto del miedo. “un miedo que no se puede decir, no se puede entender si no se pasó por la situación. Miedo a que nos secuestren, miedo al teléfono, a ver sufrir a mi familia. Tenía miedo, pavura, un miedo indescriptible”.

De frente. En su sociología de los sentidos, George Simmel recorre nuestros cinco sentidos como cinco formas del lazo social. Cuando piensa en la vista, Simmel nos dice que es a la vez el sentido de la individualidad tanto como el de la unión más profunda. Individualidad, pues cada uno tiene “su punto de vista”, no vemos nunca nada de igual manera. Unión, pues la mirada a los ojos es a la vez una mirada sobre el alma del otro al tiempo que un abrir el alma de uno. El oído también une, pero esa unión es comunitaria: todos escuchamos lo mismo (vamos a oír misa), pero lo hacemos en silencio. Cuando miro a otro me expongo a mi mismo.
En una nota en Pagina 12, aparece una reseña de un Juez que señalara haberse cruzado con la mirada de Alfredo Astiz: “Me quedé paralizado”.
Algo condensan esas miradas. Pero también las otras. En la audiencia, al terminar Mauricio Peirirs testimonió Susana Mabel Suárez, quien fuese esposa del chofer de Miguel Osvaldo Etchecolatz y que participara activamente en la masacre de la calle 30. Susana repetida veces, al ser preguntada por la abogada defensora, atinó a darse vuelta, a mirar a su inquisidor. Ya habíamos señalado esto, la defensa explota inmediatamente. “Miré al tribunal, por favor”. No es fácil sostener esa mirada.

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