5 de diciembre de 2011

EMEME PATAS

CIUDAD DE POBRES CORAZONES

PATAS CORTAS

 1. La mentira tiene patas cortas, no porque sea chiquita, sino porque nunca llega lejos. La patas cortas suponen que toda mentira lleva una denuncia de debe conocerse, no hay mentira sino sobre el supuesto de su develación. Por eso no existe el crimen perfecto. ¿Cómo sería una mentira de patas largas? Una mentira que llega lejos, si, pero cuando la descubren “le cortan las patas”. La mentira no puede tener sino patas cortas. Si no ha sido descubierta, ¿podemos llamarla mentira? ¿Cómo saber que lo es?

La mentira es la forma del secreto en nuestras sociedades utilitaristas. La mentira ve al otro como un instrumento al que podemos manipular, una tabula rasa a la que le podemos incorporar falsedades que la buena fe las dejará pasar. Alguien que no duda porque se afirma en la verdad, alguien que no sospecha porque se consolida en la fe. El secreto, al contrario...

Pero además, las patas de la mentira suponen un mentiroso que va “a meter la pata”. Y entonces, ya no hay investigación, reconstrucción y recuperación del secreto. Solo nos queda esperar el fallido, el lapsus que devela la trama de engaños que el timador había tejido. El mundo de las patas de la mentira es un mundo donde no hay política, sino solamente alguien que se equivoca y un público que se escandaliza.
2. Pensar el discapacitado motor como aquel que denuncia la dependencia de nuestras sociedades sobre las piernas antes que de las manos. Porque si la ciudad se desarrollo construyendo sistemas que eviten que nos toquemos, evitando el contacto de los cuerpos, contacto que estaba más en relación con los viejos ordenes instaurados que con la nuevas sociedad mercantilista (por eso la mirada conservadora tiende a ver el dinero como algo “sucio”, que no debemos tocar).

Entonces, ese desarrollo se hizo a costa de una ciudad para los pies. Una ciudad donde no nos tocamos es una ciudad que fomenta nuestro andar, nuestra circulación. La ciudad está echa para los pies: veredas, sendas peatonales, puentes, pasajes, boulevares, paseos... Todo invita a recorre, a circular.

Y los personajes que no lo hacen pueden ser tildados de sospechosos, van contra la lógica: el trapito, el guapo de la esquina o la barra de la esquina, el puestero, el mendigo. Son excluidos no por no tener un lugar en el sistema sino por no poder circular, ser incluido es “entrar en la corriente”: los piqueteros.

Las figuras rebeldes siempre han sido estáticas: el hombre de corrientes y esmeralda, que está solo y espera. Cuando Scalabrini tiene que postular el magma, la sustancia del futuro, tiene que recurrir al cuerpo que espera, el cuerpo esperanzado, como promesa de mañana.

Y tiene que ser así, porque esa esperanza en Scalabrini se asienta en la amistad, en los vínculos más esenciales. Y la circulación atenta contra ellos como todo fluir implica que la materia disuelva los enlaces entre los elementos que la componen, los átomos, que le dan solidez.

3. Pero la circulación en la ciudad tampoco es azarosa. La ciudad ordene circuitos que buscarán evitar el contacto entre los cuerpos, disciplinar el andar para evitar la recaída en la mano (tacto). La ciudad de La Plata, con el eje en 51 53, lograba (en el plano) combinar la vieja ciudad de los estamentos institucionales con el flujo ordenado que llevaba las mercancías del interior al puerto, evitando que se toquen, que se detengan....

En este sentido, circular en otra dirección también es molesto, también es una forma de la resistencia. La Madres, dando vueltas en círculos, denuncian el flujo a través de la escenificación de un movimiento “que no va a ningún lado”. O benjamín, cuando al caminar por Berlín lograba que cada paso fuese la memoria de un tiempo perdido, la memoria que se desanda a cada paso...

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