La ciudad y sus devotos
BICICLETAS II
1. Si los vehículos automotores ganaron desde el vamos su derecho a la
ciudad, llamado asfalto, el peatón, como contraparte, estableció la trinchera
de su resistencia, llamada cordón, a un lado de aquel. Entre asfalto y vereda se
emplaza un acuerdo antagónico, de necesidad y disidencia, de una tensa relación.
En medio de ese combate, la ciudad impone su huella. Las rudas batallas
entre peatón y conductor han resultado en todo un escenario urbano: calzada,
cordón, vereda, senda, puente peatonal, semáforo, badenes y demás. Pero esta
tecnología es el signo de una derrota: la del peatón como ejercicio libre del
pasear, del andar sin rumbo, perdido. El libre pensador es un libre paseador (y
me remito a Rousseau, a Benjamin, a Simmel, a Cortazar, para sostener esta
conocida hipótesis).
Hoy, la ciudad recibe al peatón, a costa de su domesticación. El GPS foot, última
forma de este disciplinamiento, que inclusive en la Filcar todavía contenía un
saber de mapa y ubicación.
2. En medio de esta batalla, la bicicleta resiste como cabalgadura de
caballero medieval los embates de su batalla final. Acosada por el fárrago del
transito urbano, vilipendiada en sus incursiones peatonales, la bicicleta no
encuentra aún su espacio propio en el sistema de administración urbana. Artefacto
sin lugar, está siempre de más. Ser de más que es, al mismo tiempo, exceso
material y simbólico. No es solo la materialidad del andar del ciclista sino su
lógica lo que no tiene espacio en la ciudad.
Peatón y automóvil son ambos la continuación del transporte por otros
medios, los medios de transporte. Medios que son medios de otros fines: caminar
para ir de aquí para allá. Nadie camina ya en la ciudad, excepto los atletas,
pero estos giran en redondo pues su fin tampoco es el andar sino el
ejercitarse: de ahí que el fin último del gimnasta sea la cinta continua.
Peatón y automovilista atraviesan, avezadamente, "la ciudad hacia". Pero el
ciclista aun pasea, va a contramano, cruza parques, se sube a la vereda, sortea
los semáforos. Es la más compleja forma del traslado, aquella que para ir puede
eludir toda normativa, donde el fin prescinde y maximiza los medios. Y al mismo
tiempo, recupera el verdadero fin inicial de la movilidad, el no ir a ningún lugar, el andar
por andar.
3. Tunear una bicicleta es un acto paradojal, pues la bicicleta es un objeto
obsoleto en si mismo. No hay glamour en dos ruedas. Solo la protesta pudo
alcanzarla como signo de resistencia.
Martínez Estrada pensaba al auto como la forma degradada del cochero, que
prescindiendo del caballo, pedía a su vez el status del jinete. Hijos guachos
del cochero, el taxista y el burrero.
La bicicleta por el contrario, es la técnica trasformada en tecnología.
Pero en ese camino es el último bastión del artesano. Orfebre de gomín y llave
del 12, el bicicletero es hijo menor del mecánico e hijo mayor del vecino
arregla tutti.
En este camino, la bicicleta es hija putativa de caballo, linaje de obrero
y estudiante. Por eso se lleva bien con el tren y en el tren, donde ocupa el
último vagón, vagón de cola, de croto y colado. Ultimo escondite del dar una
mano, para subirla y bajarla.
Por eso no hay modelos de bicicletas, su desarrollo quedó estancado en el
tiempo, y las marcas siguen rememorando nombres propios. Bigote, Brotto,
Torres. Las hay si, de carrera, de paseo, playeras y bici cross. En todas es el
andar lo que las define, lo que las atrapa, y no el destino.
4. Pero claro, siempre habrá defensores de las bici sendas. Son los mismos
que piensan en ponerles un motor. Envidiosos de la motoneta de poco vuelo. El
día que ellos ganen, nos calzaremos los rollers, o volveremos a practicar
skate.
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