1 de diciembre de 2010

CASUERIES NOVIEMBRE



JODIDO ESTE NOVIEMBRE

Psicopatología nacional. Entre las taras (“psicopatologías” diría Ingenieros) que históricamente aquejaron a la intelligenzia nacional hay una que se destaca. Ha reaparecido, como una insistencia crónica, en diversos momentos de su desarrollo. Es el esfuerzo por reprimir sus pulsiones vitales que redunda sintomáticamente en un repetido trastorno compulsivo que hace síntoma en la obsesión por la higiene, el orden, la asepsia y la naturalización de las cosas.


Esta tara ha adoptado dos versiones. La cristiano militar y la científico cívica. Se trata del esfuerzo inclemente por dominar lo indomeñable. Indio, gaucho, cabecita negra. Lanza, facón, libreta sindical (diría Martínez Estrada). Y hoy, la visera y el pasamontañas. Todo lo que cubra: pibe chorro, piquetero, hip hopero. Joven etariamente, excluido socialmente, marginalizado urbanamente, precarizado laboralmente. ¿Nuestro Martín Fierro de hoy?.
Dominar lo indomeñable. Este gobierno viene a engendrar esa misma obsesión. Del 2001 al 2010, la muerte de ex presidente viene a cerrar un círculo. El segundo aluvión zoológico de la historia nacional, que, sorpresivamente para la política y la intelligenzia (académica y mediática), invadió la Plaza de Mayo en el 2001 como un acontecimiento inesperado e inesperable, que patearon el tablero y la fichas, desacomodando el ordenado juego de la política nacional, conjurando el fantasma precarizado y desocupado del desorden y la “roña”.
Esas masas hoy vuelven ordenaditas, en filas uniformes, con uniformes, pecheras de colores, repitiendo consignas claras, medidas. Ahora si, el conflicto puesto en caja, no entiende que se ufana el progresismo nacional; hemos incorporado a la vida política a estas masas, son las patas en la fuente… y en el movimiento.
Y así como Sarmiento no es mas que la continuación de Rosas por otros medios, cosa que el mismo asevera en el ultimo capítulo del Facundo y confirma en su discusión con José Hernández acerca del Chacho, cuando luego de vapulear a Rosas en todo el libro se pregunta ¿Qué hacemos ahora con este Estado, nacido de la sangre de la mazorca?... y se postula a presidente. Y justifica para Peñaloza el ajusticiamiento, por “bandido”, luego de haber descripto a Facundo como un “caudillo” pre estatal.
Así, nos guste o no nos guste, también hoy hemos podido dominar lo indomeñable: ese 2001 feroz, cargado con la potencia del silencio de lo inefable, lo sublime, lo vital. Violento, escatológico, insoportable; ese 2001 habla hoy, ha construido una palabra, un discurso que lo saca del silencio, lo encuadra en el movimiento, lo explica en la academia y en los medios, lo vuelve drama o comedia, lo esteriliza, lo estetiza, lo inocua, lo asesina.


Los monstruitos. Pero no era de esto de lo que quería conversar. Sino del código. Ese exabrupto de nuestra intelligenzia, esa genialidad que solo podía salir de la cabeza de un grupo de obsesivos compulsivos como son nuestros funcionarios provinciales. El código es la expresión perfecta de esa concepción estatista y reglamentaria de lo social. Excluir y disciplinar, armar cotos y peajes. Dos lógicas paralelas y complementarias. Seguridad y comercialización. El código de contravenciones es una gran reflexión sobre lo público y las formas de construcción del mismo, una reflexión que nos interroga acerca de quien es el público de lo público, y en esa pregunta encuadra, crea un adentro administrable y un afuera reprimible.
El código de contravenciones es el extremo de ésta proposición: no está para prohibir sino para administrar, pues la policía, su órgano de aplicación no está solo para reprimir (o no solo para eso), solo en última instancia se trata de reprimir… antes acuerda, administra, pacta, negocia. Y cobra por hacerlo.
El Código construye esos cotos de caza (áreas que no son de prohibición sino de prácticas reguladas, sometidas a un conjunto de reglas: autorización y gravamen). Entonces, no se trata de prohibir el juego, se trata de que sea administrado por el Estado. No se trata de prohibir la prostitución, se trata de controlar el negocio. No se trata de prohibir los cartoneros, se trata de que esa tarea la hagan los contratados municipales, y los “planes”.
Porque el esquema de sentido que está atrás no es que la precarización laboral conlleva la inseguridad, sino que la precarización (regulada por el estado) conlleva la seguridad del ciudadano y la nueva caja de la política.

Dengue y fiebre A. Pero además evitar el roce. Ciudad de alcohol en gel. El roce es la muchedumbre, el apelotonamiento que se crea en los márgenes (no dentro ni fuera), en esas interfases donde los de afuera hacen fuerza para entrar y los de adentro empujan para que no entren. Atascamiento que impide la buena circulación. Y en ese amontonamiento crecen, como yuyos, los monstruitos.
Los describió Asís, al margen de la multitud organizada que marchaba a Ezeiza, comiendo las sobras. Los recupero Fogwill y Lamborghini en los 90, invadiendo el centro de la escena como emergentes de una sociedad que producía mierda en sus lechos más profundos y que, inexplicablemente, aparecía flotando ante la mirada desentendida de los bañistas.
Así, el código contravencional viene a cerrar el ciclo 2001-2010, porque Scioli fue la otra cara de ese proyecto nacional. Disciplinar a los monstruitos: pibes chorros, encapuchados, piqueteros, trapitos, vendedores ambulantes. De la pechera de los MTD a la pechera de los nuevos empleados municipales: cooperativas de trabajo y control urbano: ese el nuevo linaje lanza, facón libreta sindical. Los desocupados organizados, irredentos cabecitas que se salín del peronismo para pelear por las suyas por un plan son hoy las cooperativas terciarizadas municipales que pintan los cordones del camino que lleva a los countries de la ciudad: para que los simios que habitan esos solares puedan decir “al fin les dieron un pico y una pala”.
Un paso mas allá del modelo, el macrismo propone suspender el pogo y, como leí alguna vez en una carta de lectores de La nación, armar un piquetodromo, para que se quejen y ejerzan su derecho sin interrumpir la circulación, y si es posible, no a la vista de todos.
Si el proyecto de los 90 fue la privatización de la ciudad como forma de arrasar el espacio publico, y en este sentido había una puesta en valor de la ciudad bajo la lógica estilo Puerto Madero; el proyecto del 00 arrasó el espacio publico con la homogeneidad estatal: un espacio para todos que no es otra cosa que un coto de caza administrado por los poderes públicos y allegados: estadio único, centros culturales por unidades básicas, peronismo vintage de nac&pop, etc.… porque la clase media tiñe de participación política la rosca sectorial, y de voluntariado y extensión lo que por otro lado critica como clientelismo. Son las mismas prácticas con nuevos ropajes.

Peronismo. Disciplinar los monstruitos. Es y debe ser la segunda etapa de este tan clásico peronismo. Recordemos a Germani cuando ve que Perón llega al poder, a diferencia de los fascismos europeos, no por el apoyo de la mesiánica clase media, sino por la creciente incorporación a la vida política de la clase proletaria, consecuencia de la crisis de participación. Pero también recordemos, Juan Carlos Torre, que esa clase estaba ya formada en las trincheras del anarquismo y el comunismo, y que hubo que quebrar esos sindicatos con organizaciones paralelas, adeptas, adaptadas.
Kirchner es Perón solo porque Franchiotti es Falcón. Porque son las mismas prácticas con nuevos ropajes. Disciplinar a los monstruitos. El código es la patota sin careta, y no al revés. En los 90 la flexibilidad laboral construyó individuos desocupados, victimizados, culpabilizados de su no adaptabilidad al mercado. Hacia el 2000 la Alianza se encargó, vía planes trabajar, de darles la herramienta de organización. MTD. Potencia del 2001.
El nuevo siglo se encargó de transformar la flexibilización en precarización: contratos basura, empresas terciarizadas, externalización de los costos de parte de las grandes empresas (y de los grandes sindicatos, que de esa manera se aseguran altos sueldos, cuotas, mutuales). Esa flexibilización se constituyó entonces en aparato de Estado, disciplinado y encuadrado. Potencia inerte. Porque no es lo mismo el clientelismo afuera del Estado que adentro. No es lo mismo un plan trabajar administrado por organizaciones sociales, que escapaban a la lógica municipalista del peronismo bonaerense, que un plan de cooperativas manejado por una dirección publica. No son las mismas grietas, ni las mismas estrategias de negociación las que se ponen en juego. No es la misma porosidad como herramienta. Abrir pero disciplinando.

¿Que ser? Por eso, esa explicación progre-porteñil del acontecimiento velorio como la reinvención de la política, la nueva politización de la juventud (como si nada hubiese pasado en el 2001, y en el 98, y en el 95) donde nuevamente la intelligenzia sonríe y se enamora al descubrir lo que lo que se amasaba allá en los territorios irracionales del “afuera” de la ciudad está hoy ante sus ojos.
Por eso la muerte de Kirchner, la de Mariano Ferreyra, la discusión por el código contravencional, atan una historia, la anudan y le dan un cierre hacia otro lugar, desconocido, claro.

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