11 de junio de 2011

EMEME TRENES

CIUDAD DE POBRES CORAZONES

RECOGE TUS COSAS Y LARGO DE AQUÍ...


1. ¿Es posible pensar la ciudad a partir del tren? ¿Es posible montar en él una experiencia? ¿Y es posible hacerlo sin caer en aburridos homenajes o melancólicas memorias?  En el fondo, ¿es posible hacer cultura sin cara de duelo? ¿Porqué elegir entonces el tren como figura de una memoria?




2. La estación del tren es el espacio donde lo antiguo se reúne con lo moderno. El andén tiene algo escénico, eso que tanto gusta a la aristocracia aburguesada, un espacio público donde realizar la puesta en escena del pautado código social. Gestos, ropas, manierismos irremediablemente cargados de esa cosa tan inglesa y dieciochontesca del té de las cinco y nuevo bourgueoisse. Quizás por ello esa arquitectura de tribuna de polo o rugby. O estación de tren. Esa cosa circunspecta y deferente de guarda y mayordomo, de honores y juego en sociedad. Implícitos que recuperan el juego aristocrático de las diferencias.

El mismo viaje es una figura del romanticismo. Perder el tiempo, la sociabilidad en estado puro. El tren fue siempre el viaje, y el viaje fue siempre un espacio mágico. Un tiempo cerrado en sí mismo que se dibuja sobre el espacio lineal del riel cotidiano. Pero mientras la formación va de un punto a otro, dentro de ella el tiempo se desarraiga. La espera, de la partida, del arribo, transforma ese momento en un mundo sin tiempo.

3. Y junto a la burguesía aristocrática, los tilingos, como gustaba llamar Jauretche El tren como el gran motor de la modernidad, arreando desde adelante el siglo XIX, la circulación de mercancías. Hierro, madera, carbón, brazos y más brazos demandaban esos armatostes. Las calderas ardientes de esas moles negras engullían kilos y kilos de carbón, haciendo sudar día y noche a niños y mineros de Newcastle y otras ciudades inglesas.

Pero también pasajeros y mercancías que llevar. La simple idea de pasajero debe haber sido toda una novedad. Hasta ese momento, imagino, el viajero era más bien un aventurero. Ir de un lugar a otro implicaba un tiempo, un riesgo, una necesidad, que se cargaba en el cuerpo. El tren de be de haber burocratizado esa actividad, el pasajero es ahora alguien que en el gesto de comprar un boleto arrasa siglos de expediciones, travesías y novelas de aventuras.

Y así como el tren reclama mercancías y pasajeros, también pujó por mercados y ciudades a donde llevarlos. Acumulación primitiva llamó Marx a ese proceso de dos siglos que generó una velocidad tal que pudo “despejarse” de la historia y transmitir la inercia a todo el siglo XX. Así, el tren acarreó la revolución y la cargó a todos los rincones del planeta. El ferrocarril se erige así como la efigie de la modernidad y el siglo XX. Representación de la fuerza necesaria para arrasar con todo lo que la humanidad había conocido hasta el momento; por el otro, la cara de una derrota, la herrumbre del óxido que hoy se acumula en sus ejes, el tren víctima de su misma inercia, la tecnología que se arrumba a si misma.

III. Quizás por ello también, el tren, debió ser la pregunta de la ciencias sociales ¿Cuántos siglos de industria debieron anteceder al primer intercambio internacional de mercancías?  ¿Y cuantos otros de desarrollo técnico para esa primera industria? ¿Qué potente proceso se ocultan detrás de un refinamiento tal del gusto que mueve miles de vidas para consumir un chocolate en el desayuno?. ¿Cómo es posible toda esa multitud disciplinada?.

El tren acarreó la revolución y la cargó a todos los rincones del planeta. El ferrocarril se erige así como la efigie de la modernidad y el siglo XX. Por un lado, como representación de la fuerza necesaria para arrasar con todo lo que la humanidad había conocido hasta el momento; por el otro, la cara de una derrota, la herrumbre del óxido que hoy se acumula en sus ejes, el tren víctima de su misma inercia, la tecnología que se arrumba a si misma. ¿Porqué elegir entonces el tren como figura de una memoria?

La estación del tren fue el primer espacio donde lo antiguo se reunió con lo presente. Y donde hay que ir a buscar pues, sentada junto a aquella alcurnia, a la multitud de moderna. Antes que a las plazas (metáfora preferida por la filosofía política por su resonancia a polis y a política), fue en la estación de tren donde se dieron cita esos “recién venidos”. Bien, en Argentina y América Latina fue primero el puerto, faringe marítima antes que los alvéolos ferroviarios.

Pero en la estación no se trata ya más de la bulliciosa y exuberante plebe, la dionisíaca y popular compañera de la aristocracia. No, se trata ahora de una multitud ordenada, acomodada, dispuesta a una convivencia en términos de “no molestar”, “vagón de fumadores”, boletos, pases y abonos. La multitud se escenifica porque adquiere un conjunto de normas sociales que harán discernible para todo ese espacio oscurecido por la turba social. El andén, el vagón, son lo nuevos escenarios donde ir a buscar la claridad del mundo social, el saber quien es quien, donde está cada uno.

4. Recuerdo un programa, hoy de culto, llamado “Del otro lado”. En uno de sus informes Polosecky entrevistaba a unos jóvenes que tenían una banda de rock, pero principalmente lo que hacían era “surfear en tren”. Así lo llamaban al ir trepados a los techos, con el viento en la cara y la ciudad deformándose a los lados. Con los años, reconocí en esa banda a Los Piojos. Un poco por memoria fisonómica. Pero sobretodo por su música. Todo Tercer Arco suena a ferrocarril, y “chac tu chac” podría ser la onomatopeya de una máquina tomando velocidad.

El rock, con esa memoria desmemoriada, se acercó al tren con la irreverencia del desmemoriado; y de esa forma pudo dar con algunas claves. Desde la aventura hippie del “recoge tus cosas y largo de aquí...” a la lógica lumpen ricotera que da vuelta el significado mismo del viaje lineal, cuando afirma que “yo voy en trenes, no tengo donde ir”. O las fabulescas ginebras de Luca en Hurlingham.

Porque para el rock el tren es barrio y ciudad, es multitud y lumpenaje. ¿Viejita? No sé, esa no es la discusión. Si lo es, reconocer que el Bar La Perla hoy no estaría en la calle Corrientes. Porque las periferias se han corrido.

El rock es tren porque la juventud es tren. Entre el Joven y el tren hay un estrecho vínculo: la ciudad. El tren es la forma en que el joven se conecta con la urbe. El tren y la bici. Pero en Buenos Aires, especialmente el tren. Porque son justamente ellos quienes encuentran en el tren ese uso no “utilitario” sino “aventurero”. No van a ningún lado, como el Indio. Solamente van. Están descubriendo la ciudad, y esa aventura los lleva por otros caminos que no son los nuestros.


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