RECOGE TUS COSAS Y LARGO DE AQUÍ...
1. ¿Es posible pensar la ciudad a partir del tren? ¿Es posible
montar en él una experiencia? ¿Y es posible hacerlo sin caer en aburridos
homenajes o melancólicas memorias? En el
fondo, ¿es posible hacer cultura sin cara de duelo? ¿Porqué elegir entonces el
tren como figura de una memoria?
2. La estación del tren es el espacio donde lo antiguo se reúne
con lo moderno. El andén tiene algo escénico, eso que tanto gusta a la
aristocracia aburguesada, un espacio público donde realizar la puesta en escena
del pautado código social. Gestos, ropas, manierismos irremediablemente
cargados de esa cosa tan inglesa y dieciochontesca del té de las cinco y nuevo
bourgueoisse. Quizás por ello esa arquitectura de tribuna de polo o rugby. O estación
de tren. Esa cosa circunspecta y deferente de guarda y mayordomo, de honores y
juego en sociedad. Implícitos que recuperan el juego aristocrático de las
diferencias.
El
mismo viaje es una figura del romanticismo. Perder el tiempo, la sociabilidad
en estado puro. El tren fue siempre el viaje, y el viaje fue siempre un espacio
mágico. Un tiempo cerrado en sí mismo que se dibuja sobre el espacio lineal del
riel cotidiano. Pero mientras la formación va de un punto a otro, dentro de
ella el tiempo se desarraiga. La espera, de la partida, del arribo, transforma
ese momento en un mundo sin tiempo.
3. Y
junto a la burguesía aristocrática, los tilingos, como gustaba llamar Jauretche El tren
como el gran motor de la modernidad, arreando desde adelante el siglo XIX, la
circulación de mercancías. Hierro, madera, carbón, brazos y más brazos
demandaban esos armatostes. Las calderas ardientes de esas moles negras
engullían kilos y kilos de carbón, haciendo sudar día y noche a niños y mineros
de Newcastle y
otras ciudades inglesas.
Pero
también pasajeros y mercancías que llevar. La simple idea de pasajero debe
haber sido toda una novedad. Hasta ese momento, imagino, el viajero era más
bien un aventurero. Ir de un lugar a otro implicaba un tiempo, un riesgo, una
necesidad, que se cargaba en el cuerpo. El tren de be de haber burocratizado
esa actividad, el pasajero es ahora alguien que en el gesto de comprar un
boleto arrasa siglos de expediciones, travesías y novelas de aventuras.
Y así
como el tren reclama mercancías y pasajeros, también pujó por mercados y
ciudades a donde llevarlos. Acumulación primitiva llamó Marx a ese proceso de
dos siglos que generó una velocidad tal que pudo “despejarse” de la historia y
transmitir la inercia a todo el siglo XX. Así, el tren acarreó la revolución y
la cargó a todos los rincones del planeta. El ferrocarril se erige así como la
efigie de la modernidad y el siglo XX. Representación de la fuerza necesaria
para arrasar con todo lo que la humanidad había conocido hasta el momento; por
el otro, la cara de una derrota, la herrumbre del óxido que hoy se acumula en
sus ejes, el tren víctima de su misma inercia, la tecnología que se arrumba a
si misma.
III.
Quizás por ello también, el tren, debió ser la pregunta de la ciencias sociales
¿Cuántos siglos de industria debieron anteceder al primer intercambio
internacional de mercancías? ¿Y cuantos
otros de desarrollo técnico para esa primera industria? ¿Qué potente proceso se
ocultan detrás de un refinamiento tal del gusto que mueve miles de vidas para
consumir un chocolate en el desayuno?. ¿Cómo es posible toda esa multitud
disciplinada?.
El
tren acarreó la revolución y la cargó a todos los rincones del planeta. El
ferrocarril se erige así como la efigie de la modernidad y el siglo XX. Por un
lado, como representación de la fuerza necesaria para arrasar con todo lo que
la humanidad había conocido hasta el momento; por el otro, la cara de una
derrota, la herrumbre del óxido que hoy se acumula en sus ejes, el tren víctima
de su misma inercia, la tecnología que se arrumba a si misma. ¿Porqué elegir
entonces el tren como figura de una memoria?
La
estación del tren fue el primer espacio donde lo antiguo se reunió con lo
presente. Y donde hay que ir a buscar pues, sentada junto a aquella alcurnia, a
la multitud de moderna. Antes que a las plazas (metáfora preferida por la
filosofía política por su resonancia a polis y a política), fue en la estación
de tren donde se dieron cita esos “recién venidos”. Bien, en Argentina y
América Latina fue primero el puerto, faringe marítima antes que los alvéolos
ferroviarios.
Pero
en la estación no se trata ya más de la bulliciosa y exuberante plebe, la
dionisíaca y popular compañera de la aristocracia. No, se trata ahora de una
multitud ordenada, acomodada, dispuesta a una convivencia en términos de “no
molestar”, “vagón de fumadores”, boletos, pases y abonos. La multitud se
escenifica porque adquiere un conjunto de normas sociales que harán discernible
para todo ese espacio oscurecido por la turba social. El andén, el vagón, son
lo nuevos escenarios donde ir a buscar la claridad del mundo social, el saber
quien es quien, donde está cada uno.
4. Recuerdo un programa, hoy de culto, llamado “Del otro lado”. En uno de sus
informes Polosecky entrevistaba a unos jóvenes que tenían una banda de rock,
pero principalmente lo que hacían era “surfear en tren”. Así lo llamaban al ir
trepados a los techos, con el viento en la cara y la ciudad deformándose a los
lados. Con los años, reconocí en esa banda a Los Piojos. Un poco por memoria
fisonómica. Pero sobretodo por su música. Todo Tercer Arco suena a ferrocarril,
y “chac tu chac” podría ser la onomatopeya de una máquina tomando velocidad.
El
rock, con esa memoria desmemoriada, se acercó al tren con la irreverencia del desmemoriado;
y de esa forma pudo dar con algunas claves. Desde la aventura hippie del
“recoge tus cosas y largo de aquí...” a la lógica lumpen ricotera que da vuelta
el significado mismo del viaje lineal, cuando afirma que “yo voy en trenes, no
tengo donde ir”. O las fabulescas ginebras de Luca en Hurlingham.
Porque
para el rock el tren es barrio y ciudad, es multitud y lumpenaje. ¿Viejita? No
sé, esa no es la discusión. Si lo es, reconocer que el Bar La Perla hoy no estaría en la
calle Corrientes. Porque las periferias se han corrido.
El
rock es tren porque la juventud es tren. Entre el Joven y el tren hay un
estrecho vínculo: la ciudad. El tren es la forma en que el joven se conecta con
la urbe. El tren y la bici. Pero en Buenos Aires, especialmente el tren. Porque
son justamente ellos quienes encuentran en el tren ese uso no “utilitario” sino
“aventurero”. No van a ningún lado, como el Indio. Solamente van. Están
descubriendo la ciudad, y esa aventura los lleva por otros caminos que no son
los nuestros.
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