CIUDAD DE POBRES CORAZONES
HENDERSON
Patrimonio
urbano y autogestión
1. En
sus “Trucos del Oficio”, Howard Becker narra el proceso por el cual un conjunto
de antropólogos franceses en la selva de Boa Boa, Brasil, trabajan sobre la
tierra, tomando porciones de ella con la mano izquierda y poniéndolos dentro de
una caja clasificadora codificada con la derecha. En este gesto, que va de una
mano a la otra, la tierra del Brasil se transforma en otra cosa, con
propiedades, colores, características diferentes. Iguales pero diferentes. En
la mano izquierda es tierra, en la derecha es una determinada especie de
tierra, definida, clasificada.
Claro
que la tierra, en sus propiedades de suciedad, fertilidad, simbólica e
indefinida, no es la tierra de la mano de derecha, sino la de la izquierda.
Pero esto solo lo podemos pensar si la mano izquierda a realizado ese gesto de
“ir hacia” la derecha. He ahí la tragedia y la potencia del pensar.
Algo
parecido sucede en el pensamiento social. Si toda ley o reglamentación que las
sociedades construyen son intentos inútiles de atrapar la arena con las manos
(o la tierra de Brasil), es también verdad que solo a través de ese gesto es
que podemos pensar.
2. Desde
hace ya 10 años, paso diariamente por el frente de la Casa de Estudiantes Universitarios
de Henderson, en la calle 48 entre 14 y 15. La propiedad es desde 1972
gestionada por el Centro de Estudiantes de esa ciudad y ha albergado hasta 40
residentes en alrededor de 16 cuartos. Su frente de dos plantas coronada por un
balcón y un abovedado de ladrillo que
evocan tiempos en que la albañilería era un oficio, no se parece a otras
tendencias arquitectónicas de la ciudad.
Es una
cuadra oscura que acentuada por el descuido de ese edificio, su fachada
desgastada, y la soledad de una zona que vive de 8 a 14, colmada por estudios y
comercios del rubro. Su decadencia edilicia, obra del tiempo y las condiciones
de mantenimiento, revela el tiempo de la ciudad. Enfrentada al fastuoso
edificio de los Tribunales de la provincia, la casa pareciera contextualizar su
historia: de un lado la ley, del otro el hervidero social.
Pasar
por el frente de la casa y no voltear es casi imposible, hay cierto refreno
voyeuristico en asomarse a la ventana abierta. La casa tiene siempre sus
ventanas abiertas, tras sus postigos oxidados por donde se asoman siempre tres
o cuatro estudiantes, en cuero si es verano, y con una cerveza o una pava de
mate, bajo una lamparita que cuelga del techo, sobre una mesa de madera que
parece tener tantos años como la casa. Uno imagina las ansiedades, excesos, miedos,
amores y confabulaciones que se habrán tallado ese tablero.
3. Las
discusiones y efectos del Código de Ordenamiento Urbano de la ciudad tienen
también ese efecto de ayudarnos a pensar. El código es un intento (fallido) por
tipificar lo social, su crecimiento, su desenvolvimiento. Un intento por
predecirlo y al mismo tiempo disciplinarlo. La ley es la estructura sobre la
que se emplaza el fluir de lo social, al mismo tiempo que ese fluir sacude las
estructuras, las amplía, las retuerce.
En este
sentido, el debate sobre el Código abre a la pregunta por la ciudad, por los
usos de la ciudad, por los criterios acerca de su función como escenario de
nuestras vidas. El código abre a pensar el cómo crecen nuestras comunidades,
ante la imposibilidad de no poder no pensar su crecimiento. Qué criterios deben
regir ese crecimiento, el inmobiliario, el político, el social. Qué necesidades
debemos privilegiar, qué deseos debemos fortalecer. ¿Son incompatibles las
distintas necesidades, deseo, codicias y esperanzas?
En la
calle 15 y 44 había una gran pintada de la Municipalidad que
decía: “la ciudad es el frente de su casa”. Esta afirmación tenía lógicamente,
una potencia inusitada. Pensada, en principio, como llamado del municipio al
frentista a cuidar ese espacio público/privado que es la fachada, la pregunta
se nos increpaba desde nuestro lugar individual, de propietarios, en relación a
las fronteras entre lo público y lo privado.
Pero
estas dimensiones, tan claras conceptualmente, se diluyen en la urbe: no hay
fronteras claras en la ciudad moderna, ¿De quien es el espacio público? ¿Quien
lo usa? ¿Quién lo cuida? ¿De quien la vereda? ¿Es pública? ¿Es del frentista?
¿De quien es el frente?
Pero
también, al mismo tiempo, pensando desde la posición del paseante urbano, la
idea de que “la ciudad es el frente de su casa” abría a un conjunto de
preguntas nunca menores: ¿tengo yo derecho, como ciudadano, como habitante de
la ciudad, sobre el frente de tu casa, sobre tu vereda, tu fachada? ¿Es esa fachada
parte de “mi” patrimonio como habitante de una ciudad?
4. La
fiebre constructiva que de desató desde la aprobación del nuevo código de
construcción de la ciudad va dejando sus marcas. En la calle 48 alrededor de
donde yo vivo, hay al menos 6 edificios en construcción. Al lado, en la casa
de, donde antes había un sótano (deliciosa historia en la que al parecer un día
caminando se rompe una pinotea y aparece ese sótano desconocido) en el que los
transeúntes atentos podían por las tardes escuchar los ritmos y taconeos de las
clases de Flamenco. Enfrente, donde vivía Don Miguel, un viejito medio chupi
tejí de quien se cuentan todavía sus cenas de fin de año, con la mesa en la
vereda, y que tuvo que ser evacuado de la casa por sus sobrinos en la imagen de
soledad más cruel: un día se cayó y estuvo tres días en el piso. A la vuelta
sobre la calle 15, en una propiedad horizontal donde, hace ya unos años,
vivieron Anita y Rubén, dos compañeros de la carrera, los primeros en casarse,
en tener familia, en invitar en ese típico patiecito de baldosa de calcáreo
unos asaditos hechos sobre una chapa galvanizada.
Y así
podríamos seguir. No es este el barrio donde me crié, no es tampoco este en el
que construí mi mundo de vida profesional y burguesa. Y sin embargo está
plagado de historias que hoy son vacíos. Pozos de futuras torres de durlock.
Hay un
gran error en pensar la modernidad como “la era del vacío” (no lugares,
liquidez, etc.). Si bien estas son imágenes que ayudan a pensar, en lo social,
como en la política, el vacío no existe: siempre es ocupado por otras fuerzas.
Una casa es una espacio habitado por historias, un terreno baldío es una
espacio vacío de historias donde su significado por lo tanto se completa con la
abstracción de su potencia: ni siquiera una mercancía por su valor incorporado
sino por su valor futuro: unidades funcionales que caben en el.
La
unidad funcional es así la medida de cambio en la ciudad abstracta del código
de construcción de la ciudad.
5. El
pozo que realizó la empresa constructora en el terreno lindero movió la bases
de la Casa de
los Estudiantes de Henderson. La movió en muchos sentidos. Por un lado, provocó
una grieta por la que comenzó a filtrarse el gas, y con el gas se filtraron
también los intereses del Intendente, quien venía desde hace un tiempo con un
proyecto de vender la casa para la construcción de un edificio y compensar a
los estudiantes con un plan de becas de alquiler. La idea no está mal y
recuerda a Henry Ford cuando decía que su ética era tener los mejores salarios
con trabajadores que compraran sus autos. Es la ética del “patrón de estancia”
(metáfora más acorde a la historia de Henderson), que pagaba con los vales para
que los trabajadores gasten en su propia pulpería. El intendente les da la beca
para que alquiles en el edificio en que antes vivían.
En este
marco, el Municipio cortó el gas y va por el corte de la luz del edifico del
CEUH, como forma “apretar” a los siete estudiantes que empecinadamente
continúan estudiando, trabajando, luchando, en el lugar.
De esta
manera, los estudiantes comienzan a realizar una serie de actividades y
gestiones que van desde la producción del sustento diario (en su revista “Yerba
Mate” narrar por ejemplo como cocinar un puchero sin gas ni electricidad) hasta
las gestiones políticas con diferentes organismos públicos municipales, provinciales
y nacionales.
6. Del
2001 en adelante hubo un resurgir de las organizaciones sociales populares,
etc. Esta emergencia vino acompañada con la idea que ellas se hacían cargo de
cosas que el Estado había abandonado.
Hay una
trampa en esta idea que la sociedad se hace cargo de cosas que el estado no
cumple. Por un lado, la trampa del soporte: las organizaciones terminan
“gestionando” la pobreza (planes, cajas, etc.); por otro lado, pensar que el
Estado es el responsable de todo lo que sucede en una sociedad: ¿debe, por
ejemplo, el estado hacerse cargo de la cultura? ¿En que términos? ¿En que
medida? ¿Con que condiciones?
En esta
tensión, el Estado Municipal de La
Plata , cuenta con un plus: la estructura de autogestión
instalada en el saber popular de gran parte de la población de la ciudad:
ciudad de empleados públicos entrenados en el uso del “atar con alambre” los
vacíos de las gestiones municipales y provinciales, ciudad de estudiantes
universitarios acostumbrados, como decía Pity, “a lo artesanal”, al “pozo
común”, a la “fiesta contribución”
Como
digo un amigo “las instituciones no son los edificios”, sino las vidas que dan
forma a esas instituciones. O como me dijo una vez la madre de un compañeros de
estudios de Junín, “no hay educación universitaria posible sin la experiencia
de la ciudad”, no recuerdo bien si estas eran las palabras exactas, pero no
importa, lo interesante es que no hay universidad sin ese magma decadente de la
autogestión estudiantil como tampoco hay ciudad posible sin la potencia
contradictoria y candente de una sociedad que tense los limites.
Hoy la
universidad, y la ciudad, se está quedando sin ese magma: los centros de
estudiantes perdieron ese rol socializador, de mezclas de identidades, de
emplazadores de los habitantes en la ciudad. Se han recauchutado en bares y boliches.
SU desaparición va en paralelo con la transformación de los centros barriales
en resto, de los centros culturales en albergue de talleres, del Municipio y el
Consejo Deliberante en agente inmobiliario, de la universidad en un nuevo servicio
de Bienestar Social.
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