CIUDAD DE POBRES CORAZONES
I.- La aparición de un cartel de venta en el viejo edificio del Teatro
Princesa puso en movimiento a un conjunto de fuerzas “vivas” bajo la consigna
“Basta de Demoler”. Como acumuladores compulsivos, estos urbanistas de hoja
cuadriculada van sugiriendo una ciudad de biblia y calefón, donde las
estructuras se van solapando. Como gustaría decir a Horacio, una ciudad puntuada
con comas, de sumatorias sin diálogos, proceso de agregación donde lo viejo se
estabiliza y perdura.
En respuesta a estas demandas la municipalidad y las constructoras han
resuelto el problema: la declaración de intangibilidad de las fachadas. Así los
edificios crecen como maleza mala desde atrás de los frentes. El municipio sigue
colocando comas, solo que en su gramática lo que concentra y acumula son
demandas futuras.
Estos impulsos de acumulación compulsiva, se presentan como deformación
extrema de la lógica del consumidor. El preservacionista fetichiza la ciudad en
el desplazamiento de lo estético arquitectónico a lo antiguo (la valorización
del objeto por su portación de años). No importa para qué, cómo, ni para quien
se preserva. Es la empatía que genera el aura de palabras antiguas como
postigos, molduras, celosías y herraje, en referencia a la ventana, techos y
picaportes. Un urbanismo dictado por el amor a las palabras. No está mal en el
fondo. Se trata finalmente de lanzarse al lenguaje. Toda práctica urbana es una
lucha entre gramáticas que buscan relatar la ciudad. Es un debate acerca de cómo
poner las comas y los puntos suspensivos.
II.- Si como escribió Daniel “Las instituciones no son los edificios”,
entonces es verdad que toda edificación es el índice de un conjunto de
relaciones, reglas, esperanzas, sueños posibilidades, enigmas y silencios. Si
suponemos que la actitud de preservación urbana no es la del acumulador
compulsivo, entonces quizás sea la del coleccionismo, que intuye en el ejemplar
un aura que es la punta del hilo por el cual la mercancía puede ser redimida
Para el coleccionista, es la singularidad de la historia y su inscripción en
una serie (colección). No ya la serie de la producción en serie, sino una nueva
serie singular que destaca esa trayectoria del objeto que lo des instituye de su
ámbito mercantil y lo reinscribe en una colección. Digo, si vamos en busca de
esos edificios es porque intuimos que no es solo su valor estético ni su
antigüedad, sino en tanto son indicios de relaciones que ya no están sino en el
ámbito del lenguaje, como sueños y silencios.
Ahora bien, que son esas relaciones que con un romanticismo utópico añoramos,
y cómo esas relaciones se pierden, se conservan, se reconfiguran en nuestras
edificaciones.
Porque esa imagen bucólica del albañil italiano que construye su casa chorizo
con un jardín delantero, la disposición lineal con miras al crecimiento
familiar, su garaje taller, su quinta al fondo. Pero en ese sueño no vemos una
cocina que se desplaza hacia el fondo porque ese es el lugar de la mujer en la
casa, o la puerta de servicio para el uso familiar, y si al fondo hay un taller
es porque ese es el lugar de ocio del hombre, que no necesita en el hogar otra
responsabilidad más que la de seguir trabajando.
Así se revela la traducción de medio pelo de la tilinguería aristocrática. Y
así como ésta cree que ser burgués en argentina es tener un campo, o vivir en el
country como pequeña estancia; la tilinguería yuppie ubica en la casita del
suburbio ese sueño de albañil pero en colores pasteles y diseños de revista
Living.
III.- Pero si el emplazamiento horizontal compensaba las relaciones
verticales, esto es, si la casa chorizo cristalizaba relaciones de dominación
familiar, ¿es la estructura edilicia una manera de reponer horizontalmente las
relaciones vecinales?
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