17 de julio de 2013

EMEME BASTA

CIUDAD DE POBRES CORAZONES

I.- La aparición de un cartel de venta en el viejo edificio del Teatro Princesa puso en movimiento a un conjunto de fuerzas “vivas” bajo la consigna “Basta de Demoler”. Como acumuladores compulsivos, estos urbanistas de hoja cuadriculada van sugiriendo una ciudad de biblia y calefón, donde las estructuras se van solapando. Como gustaría decir a Horacio, una ciudad puntuada con comas, de sumatorias sin diálogos, proceso de agregación donde lo viejo se estabiliza y perdura.


En respuesta a estas demandas la municipalidad y las constructoras han resuelto el problema: la declaración de intangibilidad de las fachadas. Así los edificios crecen como maleza mala desde atrás de los frentes. El municipio sigue colocando comas, solo que en su gramática lo que concentra y acumula son demandas futuras.

Estos impulsos de acumulación compulsiva, se presentan como deformación extrema de la lógica del consumidor. El preservacionista fetichiza la ciudad en el desplazamiento de lo estético arquitectónico a lo antiguo (la valorización del objeto por su portación de años). No importa para qué, cómo, ni para quien se preserva. Es la empatía que genera el aura de palabras antiguas como postigos, molduras, celosías y herraje, en referencia a la ventana, techos y picaportes. Un urbanismo dictado por el amor a las palabras. No está mal en el fondo. Se trata finalmente de lanzarse al lenguaje. Toda práctica urbana es una lucha entre gramáticas que buscan relatar la ciudad. Es un debate acerca de cómo poner las comas y los puntos suspensivos.

II.- Si como escribió Daniel “Las instituciones no son los edificios”, entonces es verdad que toda edificación es el índice de un conjunto de relaciones, reglas, esperanzas, sueños posibilidades, enigmas y silencios. Si suponemos que la actitud de preservación urbana no es la del acumulador compulsivo, entonces quizás sea la del coleccionismo, que intuye en el ejemplar un aura que es la punta del hilo por el cual la mercancía puede ser redimida

Para el coleccionista, es la singularidad de la historia y su inscripción en una serie (colección). No ya la serie de la producción en serie, sino una nueva serie singular que destaca esa trayectoria del objeto que lo des instituye de su ámbito mercantil y lo reinscribe en una colección. Digo, si vamos en busca de esos edificios es porque intuimos que no es solo su valor estético ni su antigüedad, sino en tanto son indicios de relaciones que ya no están sino en el ámbito del lenguaje, como sueños y silencios.
Ahora bien, que son esas relaciones que con un romanticismo utópico añoramos, y cómo esas relaciones se pierden, se conservan, se reconfiguran en nuestras edificaciones.

Porque esa imagen bucólica del albañil italiano que construye su casa chorizo con un jardín delantero, la disposición lineal con miras al crecimiento familiar, su garaje taller, su quinta al fondo. Pero en ese sueño no vemos una cocina que se desplaza hacia el fondo porque ese es el lugar de la mujer en la casa, o la puerta de servicio para el uso familiar, y si al fondo hay un taller es porque ese es el lugar de ocio del hombre, que no necesita en el hogar otra responsabilidad más que la de seguir trabajando.

Así se revela la traducción de medio pelo de la tilinguería aristocrática. Y así como ésta cree que ser burgués en argentina es tener un campo, o vivir en el country como pequeña estancia; la tilinguería yuppie ubica en la casita del suburbio ese sueño de albañil pero en colores pasteles y diseños de revista Living.

III.- Pero si el emplazamiento horizontal compensaba las relaciones verticales, esto es, si la casa chorizo cristalizaba relaciones de dominación familiar, ¿es la estructura edilicia una manera de reponer horizontalmente las relaciones vecinales?

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