31 de julio de 2014

EMEME - MERCADO

LA NUEVA EUFEMIA
Y tu sabes que en el largo viaje que te espera, cuando para permanecer despierto en el balanceo del camello o del junco se empiezan a evocar todos los recuerdos propios uno por uno, tu lobo se habrá convertido en otro lobo, tu hermana en una hermana diferente, tu batalla en otra batalla, al regresar de Eufemia, la ciudad donde se cambia la memoria en cada solsticio y en cada equinoccio” (Calvino 1972).


I.- En España, las zonas construidas de la ciudad que carecen de espacios comerciales se llaman urbanizaciones. No es un dato menor. Solemos ser defensores del espacio publico como el elemento que distingue a la ciudad de la urbe. Si esta ultima denomina la mera acumulación física de construcción indiferenciada, la ciudad nombra un espacio en el que se despliega una trama de relaciones sociales y culturales. A la urbe la modulan verbos como el construir, atravesar, circular, pues la urbe es mero soporte físico. Con la ciudad usamos el desarrollar, el habitar, el recorrer.


Esta distinción suele remontarse a la tradición griega que ubica la ciudad en la polis, la polis en el ágora, el ágora en la plaza, la plaza en la política. El ciudadano, como sujeto político, queda ligado al espacio publico, y a aquellos que pueden acceder al mismo porque tienen tiempo para estar allí. Y al mismo tiempo, figura opuesta al espacio privado, el económico, como administración del cotidiano y la casa. Y lugar de reclusión de todos los que no tienen tiempo para salir de allí. Mujeres, sirvientes, esclavos, comerciantes, trabajadores, artesanos.

Publico y privado como los moldes conceptuales que deforman nuestra percepción, ocultando a nuestra mirada aquellas interfases donde el continente de lo privado se encuentra con el océano de lo publico, creando infinidad de orillas y formas de convivencia. El mercado, como espacio urbano donde se despliega el comercio, es una de esas orillas.

II.- El mercado ha sido por definición un espacio de encuentro, entre la oferta y la demanda. Pero esta metáfora nos ha ocultado que oferta y demanda son la representación de consumidores, comerciantes y productores, y que no es solo el lugar de encuentro entre privados; sino que ese encuentro, al desplegarse en el espacio publico, es un espacio poroso.

Observemos por un momento ese mercado medieval, disperso en cientos de puestos por callejuelas laberínticas del pueblo, o en grandes espacios arquitectónicos, los primeros quizás después de los palacios e iglesias, como los guid hall o las lonjas de diversos rubros. Pescadores, frutas y verduras, campesinos y carniceros, artesanos y tejedoras, herreros, zapateros, carpinteros. Mezclados con bufones, magos, malabaristas, bardos salteadores. Una procesión que pasa hacia la ermita, un grupo de extranjeros borrachos hacia la taberna, una banda de música toca laúdes y dulzainas. Las mercancías circulan por la ciudad porque hay gente que las carga, bolsas y carros, se alojan en una posada, observan un espectáculo.

El mercado es un espacio de privados, si, pero al desplegarse en lo publico su porosidad hace emerger a todos aquellos que estaban excluidos a lo cotidiano por carecer de tiempo. La idea que lo privado en político, adquiere aquí de alguna manera, su expresión. El mercado es un espacio de privados, pero al mismo tiempo desbordado de vida, olores, sabores, ruidos, miserias, encuentros, conflictos. Opuesto totalmente al oscurantismo de la iglesia, al recogimiento de la aldea, a la moral del palacio. El mercado expresa una economía moral de la multitud (Thompson). ¿O acaso podríamos pensar la conciencia de clase obrera sin el pub? ¿el ágora sin la stoa?...

III.- La novela local desatada alrededor de la instalación de una sucursal del mercado central en la ciudad de La Plata es una expresión de esta obturación de la mirada. Del lado de la administración local, nada nuevo. Bruera construyo una imagen de ciudad llenando el vacío alakista con imágenes del estado. Pecheras, carteles, luces led, como forma de ocultar el monopolio privado. Un pensamiento que reduce la ciudad a un espacio para administrar y gestionar: control urbano, constructoras, estacionamiento medido, placeros. El ciudadano como receptor de un mensajito de texto. Lo publico como un espacio vacío, que por ser de todos no es de nadie. No es de sorprender entonces que el interés de Building y Coto prime por sobre los intereses de los habitantes (vecinos, recluidos a “lo privado” de sus casas).

Del otro lado, la deleznable figura de Samid, cristaliza la misma mirada según la cual para resentir el monopolio de lo privado hay que construir el monopolio de lo publico. Reemplazar el carrefour por el mercado central, convertir  a los ciudadanos en un extensión de los órganos de control del estado (“si ves algo sospechoso o sabes algo llama al 911” o bajate la app) y a los comerciantes a sospechosos de golpismo, y olvidar la trama social de pequeños productores, negocios de barrio, canales de distribución alternativa, las cooperativas de consumo, las ferias y mercados vecinales, espacios esporádicos como fiestas del tomate y el alcaucil. Todo este espacio poroso, diverso, toda esa trama social y económica queda entrampada en la maniquea idea que el beneficio de unos redunda en la destrucción del otro.

IV.- No me cuesta entender que las grandes superficies / monopolios de la venta y distribución son elementos clave en la deformación de los precios y en la especulación que perjudica tanto a consumidores como a productores. Pero en el fondo no se trata de disputas solo económicas, por los precios, o por los productos, sino por el cómo hacemos la ciudad, donde y cómo nos encontramos con los otros que la habitan. Y esas decisiones son políticas. Pero nuestros políticos piensan la ciudad en cuotas de electores, en términos de administración de los espacios, poniendo cada cosa en su lugar y no poniendo el foco justamente en los lugares donde las cosas que mezclan, que son los lugares donde realmente se recrea nuestra “ciudadanía”, nuestra identidad. Ser capaz de percibir la tremenda potencia de un mercado en el territorio de la ciudad, y que exista un soporte a esas redes de productores locales, cooperativas, pequeños comerciantes, feriantes y ambulantes, organizaciones de consumidores, espacios culturales y barriales. Ese es el desafío a fin de reconstruir el mercado no como espacio de encuentro entre la oferta y la demanda sino como el de una nueva Eufemia.



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