LA NUEVA EUFEMIA
“Y tu sabes que en el largo viaje que te
espera, cuando para permanecer despierto en el balanceo del camello o del junco
se empiezan a evocar todos los recuerdos propios uno por uno, tu lobo se habrá
convertido en otro lobo, tu hermana en una hermana diferente, tu batalla en
otra batalla, al regresar de Eufemia, la ciudad donde se cambia la memoria en
cada solsticio y en cada equinoccio” (Calvino 1972).
I.- En España, las zonas construidas de la ciudad
que carecen de espacios comerciales se llaman urbanizaciones. No es un dato
menor. Solemos ser defensores del espacio publico como el elemento que
distingue a la ciudad de la urbe. Si esta ultima denomina la mera acumulación física
de construcción indiferenciada, la ciudad nombra un espacio en el que se
despliega una trama de relaciones sociales y culturales. A la urbe la modulan
verbos como el construir, atravesar, circular, pues la urbe es mero soporte físico.
Con la ciudad usamos el desarrollar, el habitar, el recorrer.
Esta
distinción suele remontarse a la tradición griega que ubica la ciudad en la
polis, la polis en el ágora, el ágora en la plaza, la plaza en la política. El
ciudadano, como sujeto político, queda ligado al espacio publico, y a aquellos
que pueden acceder al mismo porque tienen tiempo para estar allí. Y al mismo
tiempo, figura opuesta al espacio privado, el económico, como administración
del cotidiano y la casa. Y lugar de reclusión de todos los que no tienen tiempo
para salir de allí. Mujeres, sirvientes, esclavos, comerciantes, trabajadores,
artesanos.
II.- El mercado ha sido por definición un espacio de
encuentro, entre la oferta y la demanda. Pero esta metáfora nos ha ocultado que
oferta y demanda son la representación de consumidores, comerciantes y
productores, y que no es solo el lugar de encuentro entre privados; sino que
ese encuentro, al desplegarse en el espacio publico, es un espacio poroso.
Observemos
por un momento ese mercado medieval, disperso en cientos de puestos por
callejuelas laberínticas del pueblo, o en grandes espacios arquitectónicos, los
primeros quizás después de los palacios e iglesias, como los guid hall o las
lonjas de diversos rubros. Pescadores, frutas y verduras, campesinos y
carniceros, artesanos y tejedoras, herreros, zapateros, carpinteros. Mezclados
con bufones, magos, malabaristas, bardos salteadores. Una procesión que pasa
hacia la ermita, un grupo de extranjeros borrachos hacia la taberna, una banda
de música toca laúdes y dulzainas. Las mercancías circulan por la ciudad porque
hay gente que las carga, bolsas y carros, se alojan en una posada, observan un
espectáculo.
El
mercado es un espacio de privados, si, pero al desplegarse en lo publico su porosidad
hace emerger a todos aquellos que estaban excluidos a lo cotidiano por carecer
de tiempo. La idea que lo privado en político, adquiere aquí de alguna manera,
su expresión. El mercado es un espacio de privados, pero al mismo tiempo
desbordado de vida, olores, sabores, ruidos, miserias, encuentros, conflictos.
Opuesto totalmente al oscurantismo de la iglesia, al recogimiento de la aldea,
a la moral del palacio. El mercado expresa una economía moral de la multitud
(Thompson). ¿O acaso podríamos pensar la conciencia de clase obrera sin el pub?
¿el ágora sin la stoa?...
III.- La novela local desatada alrededor de la instalación
de una sucursal del mercado central en la ciudad de La Plata es una expresión
de esta obturación de la mirada. Del lado de la administración local, nada
nuevo. Bruera construyo una imagen de ciudad llenando el vacío alakista con
imágenes del estado. Pecheras, carteles, luces led, como forma de ocultar el
monopolio privado. Un pensamiento que reduce la ciudad a un espacio para administrar
y gestionar: control urbano, constructoras, estacionamiento medido, placeros.
El ciudadano como receptor de un mensajito de texto. Lo publico como un espacio
vacío, que por ser de todos no es de nadie. No es de sorprender entonces que el
interés de Building y Coto prime por sobre los intereses de los habitantes
(vecinos, recluidos a “lo privado” de sus casas).
Del
otro lado, la deleznable figura de Samid, cristaliza la misma mirada según la
cual para resentir el monopolio de lo privado hay que construir el monopolio de
lo publico. Reemplazar el carrefour por el mercado central, convertir a los ciudadanos en un extensión de los órganos
de control del estado (“si ves algo sospechoso o sabes algo llama al 911” o bajate la app) y a los
comerciantes a sospechosos de golpismo, y olvidar la trama social de pequeños
productores, negocios de barrio, canales de distribución alternativa, las
cooperativas de consumo, las ferias y mercados vecinales, espacios esporádicos
como fiestas del tomate y el alcaucil. Todo este espacio poroso, diverso, toda
esa trama social y económica queda entrampada en la maniquea idea que el
beneficio de unos redunda en la destrucción del otro.
IV.- No me cuesta entender que las grandes
superficies / monopolios de la venta y distribución son elementos clave en la
deformación de los precios y en la especulación que perjudica tanto a
consumidores como a productores. Pero en el fondo no se trata de disputas solo
económicas, por los precios, o por los productos, sino por el cómo hacemos la
ciudad, donde y cómo nos encontramos con los otros que la habitan. Y esas
decisiones son políticas. Pero nuestros políticos piensan la ciudad en cuotas
de electores, en términos de administración de los espacios, poniendo cada cosa
en su lugar y no poniendo el foco justamente en los lugares donde las cosas que
mezclan, que son los lugares donde realmente se recrea nuestra “ciudadanía”,
nuestra identidad. Ser capaz de percibir la tremenda potencia de un mercado en
el territorio de la ciudad, y que exista un soporte a esas redes de productores
locales, cooperativas, pequeños comerciantes, feriantes y ambulantes,
organizaciones de consumidores, espacios culturales y barriales. Ese es el desafío
a fin de reconstruir el mercado no como espacio de encuentro entre la oferta y
la demanda sino como el de una nueva Eufemia.
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