25 de febrero de 2016

EMEME - TRAPITOS

NUEVOS TRAPOS

1. La cosificación no es otra cosa que transformarnos en cosa. Y alcanza su mayor expresión, su dimensión estética cuando logra alterar nuestro nombre. Llamarse como una cosa es el colmo de la cosificación, pues ella se produce justamente cuando nos alejamos de las cosas. El estacionamiento es el bonsái del negocio inmobiliario. Y el trapito es un martillero público de lo público que, como él, carga en su nombre la última dimensión de la cosificación.






Resultado de imagen para estacionamiento2. El problema del tránsito es justamente su fin, el estacionamiento. En la eterna búsqueda por un lugar para detenernos, circulamos. Contra toda geometría circulamos en línea recta, como el perro cuando ablanda un almohadón y el separado cuando busca compañía. 
Entre los servicios que nos ofrece la urbe para nuestra comodidad y ocio, el trapito se encuentra entre las más subestimadas. Solo un gorila o un tilingo podría verse intimidado ante la posibilidad de la cercanía de éste servidor publico que, por la módica suma de una propina permite acceder a nuestro propio valet parking y continuar con la tranquilidad de saber a buen cuidado nuestra propiedad más valiosa: el auto.

Valet parking, aseguradora por hora, car washing, custodio personal, todas esas figuras se combinan en al trapito quien así nos recuerda al criado, solo que su función ya no recae sobre la persona, la que pasa a un lugar secundario, sino sobre el bienes el auto, y no nosotros, el que merece ser cuidado, protegido, administrado.

El trapito es la última frontera de la seguridad privada, brinda un servicio que no necesitaríamos si ellos no estuvieran allí. La versión criolla de la mafia, la alternativa filantrópica del parquímetro. Si el parquímetro es privado lo llamamos medidor, si es municipal Jubilado. Expender tarjetas de estacionamiento es el Telos de toda política previsional.

3. El trapito es el gran administrador de la ciudad. Pensemos un momento que la cantidad de espacio que contiene una ciudad es siempre un número finito, mientras que la cantidad de autos, si bien no será infinita, estará siempre en crecimiento exponencial, merced a los servicios que nos ofrecen autopistas y concesionarios.
El encuentro entre un espacio finito y una materia que tiende al infinito vuelve imprescindible la figura de este verdadero administrador de stock sin el cual, y con excepción de la doble fila, la que es desde el vamos una elusión de la normativa vigente, nuestra vida en la ciudad estaría condenada a dos posibilidades: la circulación permanente  o el embotellamiento eterno.
El trapito es un administrador tanto más que, sin su preciada función, las mercancías automotrices estarían condenadas a la inmovilidad. Deben los Ratazzi del mundo estar agradecidos a estos servidores sin los cuales su plusvalía no podría verse realizada.
Y es que bien visto, el trapito lo que administra no son los autos sino el espacio: debe evitar que el espacio se llene asegurando la circulación de bienes, que nada se detenga pues en la detención está el fracaso: no hay trapitos en embotellamientos. Claro tampoco los hay en las autopistas. Pues entonces ellos deben sostener esta tensión entre los dos polos del fracaso social (el estancamiento, la movilidad) agitando su franela y marcándonos el rumbo con la misma. Hacia allá, parecen decirnos, es el rumbo del progreso. Y allá vamos nosotros, henchidos en nuestro señorial corcel de fierro.

4. El trapito es al auto lo que el vareador al caballo o el caddy a los palos de golf: un suplemento. Solo que, mientras en los oficios tradicionales estas figuras gozaban del status que les transmitían los objetos con los que se confundían, en el caso del trapito es solo por el arte de la propina y del tiempo que esta habilita.

La evaluación del monto de la propina nos muestra que el valor es proporcional al servicio.
La propina no cambia si nuestro auto es más grande o más chico, ni si dejamos el auto más tiempo o menos tiempo; sino que está en relación directa al tiempo del trabajador: no al tiempo de cuidado, sino al tiempo de reproducción de su fuerza de trabajo.

Se va a comprar un faso $0,50; vive de esto $2; es ocasional en las adyacencias de los estadios $10; tiene cara que de dame $15 o lo encontrás rayado… entonces le damos $15.El trapito es la versión urbana y tercermundista del valet parking, lo que en el último se viste de cortesía en el primero se devela como “aguante”. La moneda es un cospel que le damos para que alargue su paciencia. Y como los nenes, es el único que se divierte con el auto detenido.

Es solo en este caso, en el que la coacción se hace visible, en que el trapito nos muestra su verdadero rostro. Somos nosotros los servidores y él ususario. Y en este lento proceso de apropiación del espacio, nos hemos vuelto la más vil de las mercancías, la que paga para ser usada.


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