15 de febrero de 2016

EMEME - PASAJERA EN TRANSITO

PASAJERA EN TRANSITO


1. De chico me encantaba agarrar la bici y salir por el barrio sin rumbo. Subir y bajar veredas, meterme a contramano, unir plazas. O bien, salir entre varios, a caminar por el barrio, sentarme en el cordón, manguearle a los quiosqueros, robarle la Shock al canillita.








En esos andares nos reinventamos como pequeños flaneurs. La ciudad nos educó, pero esa educación no es, o no es solo, “conocimiento” callejero. No, en ese andar la ciudad se presenta ante nosotros como una experiencia sensible. Perderse aguza los sentidos para encontrarse, ejercita la memoria, la orientación, la capacidad para leer “los aires del barrio”, las sensaciones del alejarse mucho, de enfrentarse a lo diverso, lo diferente, lo desconocido.

En esos andares la ciudad no era un medio, en esas tardes sin rumbo la ciudad era nuestro destino. La ciudad un fin en si mismo. Enfrentarse a ella, luchar contra su capacidad material de resistirse a nuestro dominio, aprender de sus puntos flojos y sus flancos duros.
Perderse en la ciudad es entrar en el misterio, en la aventura, la curiosidad. Es la ciudad como riesgo que obliga a la atención, a la memoria, a la ubicación, a la sorpresa. Un espacio para pasear, no para atravesar hacia otro lugar.

2. La ciudad educa, pero la educación es pedagogía, y entonces no todas las ciudades educan por igual. Pero para eso es necesaria un tipo de ciudad. Porque en La Plata no es posible perderse. No hay misterios, después de 48 viene 47 o 49, y de ahí a 50 son dos cuadras (¿cuánto hay de Reconquista a Suipacha?). En La Plata no hay “sitios difíciles”, que exijan de nosotros un esfuerzo de decodificación. Una plaza cada seis cuadras, “una ciudad ágil, de fácil acceso, ingreso y salida”. Una ciudad fácil.

La Plata ha dejado de educar. Y ese desplazamiento no es producto tanto de su creciente “inseguridad”, ni tampoco de su proceso de “conurbanización”. Ese corrimiento viene de la mano con la “ciudad fácil”, el GPS, el Monitoreo Urbano y la Lonely Planet.

Las góndolas de los supermercados están armadas con la misma lógica que la ciudad moderna, y el nuevo Precios Cuidados es nuestro Googlemap. Todo ordenado y al alcance de la mano.

Pero el mapa del asado no es el “caminar y buscar precios”. La distancia entre ambos modos de entender la ciudad y el mercado atiende a la función pedagógica más que urbanística. Pedagogía que entiende lo sencillo como virtud, lo entendible como un estilo, lo dado como una ética. Leemos nuestro espacio como leemos un libro. Si ese espacio no nos ofrece riesgos, misterios, y la oportunidad de fracasar, entonces no hay aventura, ni educación, posible.

La oportunidad de fracasar, ese es el limite de la experiencia pedagógica posmoderna. No estamos dispuestos a soportar el error, a cargar con él. Pero sin el error no hay experiencia posible. O al menos experiencia personal: seremos portadores de ese combo macdonalizado que nos ofrece el “Ser Bienvenidos” del CABA o la “Ciudad Para Todos” local.


3. Excepto que uno venga de Capital, entonces puede ser que una diagonal lo conduzca a la agradabilísima sensación de no saber donde se está, de tratar de leer el entorno para ver si se caminó para arriba o para abajo, de donde uno venia, ¿o estoy caminando en circulos?. Entonces, solo el porteño esta preparado para conocer La Plata.  No conocerla en el sentido de información, sino en el sentido de la experiencia sencible que entraña todo saber urbano.

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