PASAJERA EN TRANSITO
1. De chico me encantaba agarrar la bici y salir por el
barrio sin rumbo. Subir y bajar veredas, meterme a contramano, unir plazas. O
bien, salir entre varios, a caminar por el barrio, sentarme en el cordón,
manguearle a los quiosqueros, robarle la Shock al canillita.
En esos andares nos reinventamos como pequeños flaneurs. La
ciudad nos educó, pero esa educación no es, o no es solo, “conocimiento”
callejero. No, en ese andar la ciudad se presenta ante nosotros como una
experiencia sensible. Perderse aguza los sentidos para encontrarse, ejercita la
memoria, la orientación, la capacidad para leer “los aires del barrio”, las
sensaciones del alejarse mucho, de enfrentarse a lo diverso, lo diferente, lo
desconocido.
En esos andares la ciudad no era un medio, en esas tardes
sin rumbo la ciudad era nuestro destino. La ciudad un fin en si mismo.
Enfrentarse a ella, luchar contra su capacidad material de resistirse a nuestro
dominio, aprender de sus puntos flojos y sus flancos duros.
Perderse en la ciudad es entrar en el misterio, en la
aventura, la curiosidad. Es la ciudad como riesgo que obliga a la atención, a
la memoria, a la ubicación, a la sorpresa. Un espacio para pasear, no para
atravesar hacia otro lugar.
2. La ciudad educa, pero la educación es pedagogía, y
entonces no todas las ciudades educan por igual. Pero para eso es necesaria un
tipo de ciudad. Porque en La
Plata no es posible perderse. No hay misterios, después de 48
viene 47 o 49, y de ahí a 50 son dos cuadras (¿cuánto hay de Reconquista a
Suipacha?). En La Plata
no hay “sitios difíciles”, que exijan de nosotros un esfuerzo de
decodificación. Una plaza cada seis cuadras, “una ciudad ágil, de fácil acceso,
ingreso y salida”. Una ciudad fácil.
Pero el mapa del asado no es el “caminar y buscar precios”.
La distancia entre ambos modos de entender la ciudad y el mercado atiende a la
función pedagógica más que urbanística. Pedagogía que entiende lo sencillo como
virtud, lo entendible como un estilo, lo dado como una ética. Leemos nuestro
espacio como leemos un libro. Si ese espacio no nos ofrece riesgos, misterios,
y la oportunidad de fracasar, entonces no hay aventura, ni educación, posible.
La oportunidad de fracasar, ese es el limite de la
experiencia pedagógica posmoderna. No estamos dispuestos a soportar el error, a
cargar con él. Pero sin el error no hay experiencia posible. O al menos
experiencia personal: seremos portadores de ese combo macdonalizado que nos
ofrece el “Ser Bienvenidos” del CABA o la “Ciudad Para Todos” local.
3. Excepto que uno venga de Capital, entonces puede ser que
una diagonal lo conduzca a la agradabilísima sensación de no saber donde se
está, de tratar de leer el entorno para ver si se caminó para arriba o para
abajo, de donde uno venia, ¿o estoy caminando en circulos?. Entonces, solo el
porteño esta preparado para conocer La Plata. No
conocerla en el sentido de información, sino en el sentido de la experiencia
sencible que entraña todo saber urbano.
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