14 de agosto de 2015

EMEME - VIÑETAS ENRREJADAS

VIÑETAS ENRREJADAS
(SIMMELIANA)

El hacer del hombre es el del unir y el desunir, afirma George Simmel en Puente y Puerta, pues solo el ser humano tiene la capacidad de percibir lo que separado es junto y lo que junto es separado. Así, dice, un perro va de un punto a otro del espacio, e incluso puede marcar una senda, pero solo está en el hombre trazar un camino. El camino une lo distante pues en la cabeza del hombre esos puntos permanecen unidos.
De la misma manera, solo el hombre puede construir un muro. Este viene a separar lo que de alguna manera estaba ya desunido pero que se presentaba a nosotros como un todojunto. No otra cosa son las  fronteras, separaciones imaginarias de territorios que materialmente se presentan indistintos pero que el hombre ha desunido en su cabeza previamente al presentar un adentro y un afuera, un nosotros y un ellos.

En este sentido, las rejas del teatro no hacen sino denunciar dos situaciones. Que esos territorios se encontraban ya desunidos, que a pesar de que la plaza es una continuación sin distinción entre el adentro y el afuera, entre la plaza seca y la calle; y por otro lado, que en la cabeza de las autoridades de la Fundación y el Teatro esa distinción no debería existir.
Por un lado, la reja viene a denotar que la lo público de la plaza pública no es un lo publico de la misma cualidad que el de la calle pública. La calle es pública por retiro de lo estatal. Y como el vacío no existe, nada es de todos, pues si es de todos no es de nadie.  La calle es pública, pero allí se despliegan toda una serie de lógicas mercantiles privatizantes: la de la colonización de los autos, la de la usurpación del comercio de terraza, la de la apropiación de manteros.
La plaza es pública por retiro de lo estatal, pero por apropiación de la comunidad. La plaza, no lo repetiremos aquí, es la polis, es el lugar de encuentro donde se reestablecen las sociabilidades y la política. El mejor ejemplo es el propio diseño del parque que rodeaba al Teatro Argentino original, y que hoy podemos ver en la maqueta que está en el Hall del teatro.
En este sentido, la reja ya estaba ahí. La plaza no era la calle. Pero, lentamente, el abandono estatal estaba solapando ese público de la plaza con el público de la calle. La reja se vuelve necesaria para denotar lo que el abandono estatal había provocado. La disolución de la plaza publica en la calle pública.
Pero como el vacío no existe, ese espacio estaba siendo apropiado por lo comunitario. La apropiación de los jóvenes de ese espacio, lejos de desmantelarlo, estaba recuperándolo como plaza pública. Con sus propias reglas, claro, porque lo comunitario no es necesariamente libre. Eso en todo caso es lo que hay que discutir y reconstruir.
Pero las rejas, lejos de contribuir a la preservación son la estocada final para la transformación de ese público común en un público mercantil. Que dudas caben que una vez que las rejas estén colocadas se instalaran en el predio concesiones de bares con mesas, se llevaran adelante ferias de vinos y comida gourmet, se desplegaran las mismas lógicas mercantiles que entienden lo público como un valor agregado mercantilizable y comercializable.
Si solo el hombre tiene la capacidad de unir lo separado y desunir lo que está junto, pues solo él puede percibir lo junto de los separado y lo separado de lo junto. Esta capacidad, sostiene, alcanza su mayor belleza en el puente, pues solo en la cabeza del ingeniero las orillas de un río no están meramente una frente a la otra, sino que hay  una continuidad entre uno y otro lado. Que un cuerpo por un barrote sea ese puente que vuelva a unir lo que la reja separa.


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