1. Más allá del trazado de las calles, dos líneas son
configuran la ciudad: la línea municipal, frontera de lo público y lo privado;
la circunvalación, frontera del adentro y del afuera. Y así como las casa tienen sus fachadas, también
las ciudades se construyen de cara a un limite. Esta portada de las ciudades se
hace visible en las metrópolis costeras, donde el limite natural crea el punto
de vista para la mascara urbana. En esta máscara la ciudad se presenta al que
arriba al mismo tiempo que amplifica su voz hacia fuera.
Por otro lado, enclavadas en
medio de la llanura, las ciudades terrestres también pusieron su rostro, pero
para mirarse el ombligo. De cara a un punto central, la fachada de la ciudad
moderna es su calle comercial. De allí que su crecimiento hacia los cuatro
puntos cardinales se entienda como un avance hacia atrás. La ciudad crece con
la espalda. Avanzan hacia atrás, por encima de sus restos biológicos. Atravesar
cualquier autopista es verle el culo a la ciudad, comiéndose lo que ella misma
expulsa: desechos.
2.- El flujo demográfico
(aluvión zoológico) de la ciudad tiene dos cauces, uno hacia arriba, el otro
hacia fuera. El primero está comandado por dos lógicas, es una fuerza del
interior, externa a la ciudad, que a medida que avanza y se encuentra consigo
misma se eleva en homogéneas pajareras. Son los estudiantes, fuerza primitiva
que moviliza además a su paso los intereses especulativos del medio pelo local
y sus agentes frustrados, los concejales municipales (porque concejal es un martillero
al que no le dio el piné). Es un movimiento horizontal de placas tectónicas,
que da volumen al plano de la ciudad.
Apiñados entre cuatro
paredes de durlock, con balconcitos a boulevares cada vez más angostos, se
amontonan pingües juventudes expertas en el arte de la pichincha y la olla
popular. Han aprendido a mamar y estirar los dones de la encomienda, han hecho
las delicias de superchinos y puestos verdes, han cultivado yerbas propias y
ajenas, han aprendido a esquivar el bicherio local.
Luego, con el tiempo, la
pareja y la presión centrípeta, son expelidos, conformando el segundo cauce del
flujo demográfico de la ciudad, hacia los barrios y la periferia. Si llegan al
barrio es en busca de un patio, si van más allá tendrán un parque. Todo depende
de que tan alto tengan el culo.
3.- La traducción del medio
pelo nacional ese burgués que buscaba contar vacas en lugar de producir, se
realiza hoy en el buscador de verde. “Tener un verde” (no dólares, sino
“parque”, aunque cotice en “verdes”) es el signo del haber llegado a no se que.
En el parque, los dos hijos y el perro labrador se resume hoy el sueño de los
noventa atravesado por el 2001.
Porque tener un parque no es
tener fondo. El fondo, como el garaje, es acumulación, abarrotamiento, es el
espacio del oficio del fin de semana, del juego. En el fondo hay un galpón, un
tero, una parra, tachos, una morera. El parque es un fondo design. Es un césped
de 10 x 30. Como una cancha de golf pero en pequeño.
Así este flujo puede ser
encerrado en el country. Excepto que sea encarnado por el intelectual vintage,
el hippie chic de la militancia light, y entonces se buque el verde para
escapar del gris. En ese caso, el parque es la negación del patio.
Las mañana campestres unen a
Santaolalla con la Sociedad Rural. Unos añoran alcurnias, otros sueños de
colectividad. Ambos huyen de la ciudad y son la punta de lanza de su fuerza de
colonización. Devoradores de desechos.
4.- Soterrada entre estos
dos flujos, la ciudad moderna se vuelve cada vez más igual a sí misma. Oleadas
de generaciones van colonizando su territorio, portando entre sus bagayos
migrantes el signo de su homogeneización. Centros, barrios y suburbios con cada
vez más parecidos a otros barrios, centros y suburbios. Vidrieras minimalistas,
edificios en consorcios, pintorescos bares retro. Ahora hasta pintaron la 31
como si fuera una favela de Río.
Villa y countries, la ciudad
expulsa y promete un sueño de alcurnia y colectividad. Y mientras tanto, a sus
espaldas, los edificios del centro, a medida que asoma septiembre, se chorrean
de cuerpos que fluyen hacia sus plazas y parques. Son los jóvenes que conocen
esa sensación de deja vú de la urbe moderna. Y les importa un carajo esa
comodidad de deja vu habitacional. Mientras tengan cerca un futbol, rondas de
mate, vueltas al perro. Emergen así los viejos habitantes de la colectividad,
arcaicos, nuevos, redimidos.
* Horizontes, SIlvina Babich, 2014.
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