8 de febrero de 2015

EMEME - ARRIBA Y ABAJO



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 1. Más allá del trazado de las calles, dos líneas son configuran la ciudad: la línea municipal, frontera de lo público y lo privado; la circunvalación, frontera del adentro y del afuera. Y así  como las casa tienen sus fachadas, también las ciudades se construyen de cara a un limite. Esta portada de las ciudades se hace visible en las metrópolis costeras, donde el limite natural crea el punto de vista para la mascara urbana. En esta máscara la ciudad se presenta al que arriba al mismo tiempo que amplifica su voz hacia fuera.

Por otro lado, enclavadas en medio de la llanura, las ciudades terrestres también pusieron su rostro, pero para mirarse el ombligo. De cara a un punto central, la fachada de la ciudad moderna es su calle comercial. De allí que su crecimiento hacia los cuatro puntos cardinales se entienda como un avance hacia atrás. La ciudad crece con la espalda. Avanzan hacia atrás, por encima de sus restos biológicos. Atravesar cualquier autopista es verle el culo a la ciudad, comiéndose lo que ella misma expulsa: desechos.

2.- El flujo demográfico (aluvión zoológico) de la ciudad tiene dos cauces, uno hacia arriba, el otro hacia fuera. El primero está comandado por dos lógicas, es una fuerza del interior, externa a la ciudad, que a medida que avanza y se encuentra consigo misma se eleva en homogéneas pajareras. Son los estudiantes, fuerza primitiva que moviliza además a su paso los intereses especulativos del medio pelo local y sus agentes frustrados, los concejales municipales (porque concejal es un martillero al que no le dio el piné). Es un movimiento horizontal de placas tectónicas, que da volumen al plano de la ciudad.
Apiñados entre cuatro paredes de durlock, con balconcitos a boulevares cada vez más angostos, se amontonan pingües juventudes expertas en el arte de la pichincha y la olla popular. Han aprendido a mamar y estirar los dones de la encomienda, han hecho las delicias de superchinos y puestos verdes, han cultivado yerbas propias y ajenas, han aprendido a esquivar el bicherio local.
Luego, con el tiempo, la pareja y la presión centrípeta, son expelidos, conformando el segundo cauce del flujo demográfico de la ciudad, hacia los barrios y la periferia. Si llegan al barrio es en busca de un patio, si van más allá tendrán un parque. Todo depende de que tan alto tengan el culo.

3.- La traducción del medio pelo nacional ese burgués que buscaba contar vacas en lugar de producir, se realiza hoy en el buscador de verde. “Tener un verde” (no dólares, sino “parque”, aunque cotice en “verdes”) es el signo del haber llegado a no se que. En el parque, los dos hijos y el perro labrador se resume hoy el sueño de los noventa atravesado por el 2001.
Porque tener un parque no es tener fondo. El fondo, como el garaje, es acumulación, abarrotamiento, es el espacio del oficio del fin de semana, del juego. En el fondo hay un galpón, un tero, una parra, tachos, una morera. El parque es un fondo design. Es un césped de 10 x 30. Como una cancha de golf pero en pequeño.
Así este flujo puede ser encerrado en el country. Excepto que sea encarnado por el intelectual vintage, el hippie chic de la militancia light, y entonces se buque el verde para escapar del gris. En ese caso, el parque es la negación del patio.
Las mañana campestres unen a Santaolalla con la Sociedad Rural. Unos añoran alcurnias, otros sueños de colectividad. Ambos huyen de la ciudad y son la punta de lanza de su fuerza de colonización. Devoradores de desechos.

4.- Soterrada entre estos dos flujos, la ciudad moderna se vuelve cada vez más igual a sí misma. Oleadas de generaciones van colonizando su territorio, portando entre sus bagayos migrantes el signo de su homogeneización. Centros, barrios y suburbios con cada vez más parecidos a otros barrios, centros y suburbios. Vidrieras minimalistas, edificios en consorcios, pintorescos bares retro. Ahora hasta pintaron la 31 como si fuera una favela de Río.
Villa y countries, la ciudad expulsa y promete un sueño de alcurnia y colectividad. Y mientras tanto, a sus espaldas, los edificios del centro, a medida que asoma septiembre, se chorrean de cuerpos que fluyen hacia sus plazas y parques. Son los jóvenes que conocen esa sensación de deja vú de la urbe moderna. Y les importa un carajo esa comodidad de deja vu habitacional. Mientras tengan cerca un futbol, rondas de mate, vueltas al perro. Emergen así los viejos habitantes de la colectividad, arcaicos, nuevos, redimidos.



* Horizontes, SIlvina Babich, 2014. 

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