CUADRO 33 / MENTIRAS BLANCAS
Cuadro 33. Ahí va otra vez, pensaba Alberto prendiendo un paruca. Parecía que nada cambiaba en esa escena repetida. La Angélica entraba despacito, tanto como le permitía su cada vez más pequeño cuerpo, con la bolsa colgando de un brazo y la Ana del otro; atravesaba el pasillo de bóvedas, doblaba por el muro de los nichos, donde al pasar besaba la plaquita de Don Ángel, a veces dejaba una florcita, dependiendo de la época del año, una violeta, un jazmín, un geranio. Alberto le cambiaba las flores sin que Angélica supiera, y hasta le sacaba lustre a la placa. Pero Angélica sabia, y sonreía cuando pasaba frente al muro de los nichos y encaraba pal fondo, al cuadro 33.
Clandestino. Una de las características
constitutivas del Terrorismo de Estado fue su carácter clandestino. Su accionar
no era “solo” violento sino intrínsecamente “oculto”. Este velamiento no solo
es consecuencia de la ilegitimidad de la violencia que construye su impunidad
(“¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar 7000? Usted no puede fusilar 7000
personas”) ocultando sus rastros. La clandestinidad es intrínseca porque el
telos de la violencia terrorista es la incertidumbre social, una incertidumbre
tan radical que paraliza.
Así,
la clandestinidad no es un medio, sino un fin en si mismo. Pero además es un
fin perverso, pues toca justamente uno de los nodos centrales del actor
central: el Estado y su esencia pública. Una orga puede pasar a la clandestinidad,
pero un Estado, cuya esencia en ser garante de lo público, no.
El
dislocamiento más radical que produjo esta clandestinidad es la figura del
desaparecido. La sustracción del otro a
partir borramiento de su dimensión constitutiva: la remoción del cuerpo del
mundo de vida. Esta sustracción deja como rastro una identidad sin cuerpo
(nombre), y una materialidad sin identidad (el cuerpo N.N.). Una identidad
fantasma.
Angélica. Algunas veces había hablado de eso
con la Angélica. Algunos días cuando ella no se podía concentrar en las
mañanitas que tejía, ni Albero tenía ganas de seguir excavando sepulturas
(porque últimamente habían dejado de llegar tantos muertitos, porque los
llevaban al Parque o a algunos de esos cementerios privados, alegados de este,
al que solo vienen viejitos como Angélica a poner alguna flor). Y
especialmente, cuando había solcito y la Angélica se sonreía porque había una
florcita nueva en lo de Don Ángel. Entonces, ella lo invitaba a un mate y él -a
pesar de la mirada recelosa de esa señora, la Ana, que lo miraba sin levantar
la cabeza, como mirando el pasado a sus espaldas, como si él supiese algo que
no quisiera decir- él se tomaba un
matecito y cambiaba palabras con la Angélica.
Y
entonces hablaban del clima, o ella le contaba de cuando la Anahí la llamó para
pedirle una muestra de la sangre y la Ana para acompañarla, o le habla de los
nietos para los que teje y de lo parecidos que son a Marcelo, o a veces no
hablan de nada. Y una vez, solo una vez, le contó del fantasma de la hermana.
Burócrata. Pero esa esencia clandestina del
Terrorismo de Estado topa con la esencia burocrática del Estado terrorista.
Porque la invisibilización de una parte fue de la mano con la continuación de
la producción de efectos materiales de la otra. Así como los cuerpos ocultan
sus procesos más escatológicos, pero la mierda sale por algún lado, así también
el Estado Terrorista fue dejando pequeños soretes en el camino. Una
felicitación en una foja de servicios, una sanción por “actuar sin uniforme”,
una anotación en el libro de un cementerio de un NN muy joven muerto por causas
violentas, junto a otro, junto a otro, junto a otro. Acá en Mendoza, en el
Juicio por iniciarse, el oficial Morellato fue “enganchado” por pedirle al
Ejercito, a través de un memorándum, el préstamo de una picana.
Son
estas huellas los rastros que va recogiendo el Equipo Argentino de Antropología
Forense, como un cartonero de la historia, para identificar los posibles
lugares en los cementerios donde pudiesen haber sido inhumados clandestinamente
los fantasmas de Angélica. Son estos rastros los que siguió Anahí para llegar
al Cuadro 33, este sector del cementerio donde van a parar los pobres y
anónimos. Y es tras estos rastros que viene Angélica, todos los días, a tratar
de redimir su doble fantasma. Porque su hermana esta desaparecida, porque esa
desaparición esta velada por su contexto: a Sara la desaparecen durante el
gobierno de Lanusse, es la primera desaparecida Mendocina. Pero ello no impide
de ninguna manera, que esta pequeñita señora de 87 años venga todos los días
del brazo de Ana a cebar unos mates a la vera de la excavación.
Mentiras Blancas. – Una momia!- Exclamó Anahí desde el
fondo de una sepultura.
- Es
mi hermana – Le dijo Angélica a Ana, que giro la cabeza sorprendida fijando la
mirada en Angélica y lanzándola hacia el cuadrado 33 alternativamente- Lo sé,
es mi hermana – repitió.
- ¿Qué
decís? – la inquirió Ana, perpleja pues sabia de antemano que los cuerpos
momificados son aquellos que han pasado por algún largo proceso hospitalario y
que por ende han sido tratados que químicos que dejan esos efectos.
- Y
abajo hay otro cuerpo – Señalo Anahí.
Es una
práctica muy común en los cementerios el dejar cuerpos debajo de otros, como
forma de ir haciendo espacio, y entonces el trabajo de los antropólogos se
vuelve sumamente complejo porque hay que pedir autorizaciones a los familiares.
- Ves,
ese es el marido, vení vamos a ver- se terminó convencer Angélica y, tomando
del brazo a Angélica se encaminó hacia la fosa. Caminaron despacito hasta la
estructura de tela bajo la cual reposaba el cuerpo. Se asomaron sobre él como
si fuese un hondo pozo al pasado.
- “Ves que es ella” dijo Angélica.
- “Si es igual a vos” - ironizo Ana- “Querés
pensar que es ella, esta bien, es ella” le escupió con sinceridad Ana.
- Dale- respondió Angélica.
Y
desde ese día Alberto se quedó sin los mates, sin sus charlas, sin sus
silencios. Pero cada tanto, tiene otro lugar donde poner una flor.
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