13 de septiembre de 2014

EMEME - SENDA PEATONAL

Ciudad de pobres corazones
CEBRAS URBANAS

1. Quien traza el diagrama de una ciudad, como el que bosqueja la planta de su departamento, suele trazar y cortar segmentos, paralelas y perpendiculares, en una crecientemente compleja trama estructural. Con una diferencia esencial que hace del arquitecto y del urbanista artes tan distintas como la escultura y la artesanía: mientras que los primeros buscan que sacar, los segundos qué poner.

Es conocida la idea de Da Vinci en relación a que su “Piedad” ya se encontraba en la piedra y que él solo “quitó lo que sobraba”. Pues bien, mientras el arquitecto y el artesano van agregando elementos a su obra (asas, paredes, ornamentos y dinteles), buscando de esa manera contener el espacio, el segundo, el urbanista, al trazar una línea abre un camino. Proyectar una ciudad es organizar el vacío que contendrá la materia privada. Este es el sentido de quien traza el diagrama de una ciudad.
No se trata de organizar, representando, los bloques (en inglés cuadra es block, bloque) sino de abrirse camino a través de ellos, no es distribuir las casas sino organizar la circulación entre ellas, la conexión entre ellas. Solo a la luz de esta intelección primitiva podemos comprender a la senda peatonal como la marca arcaica de la urbe y no un artefacto postrero incorporado a los meros fines precautorios.

2. Su trazado intermitente es también producto de otra intelección, la que piensa el solapamiento, la superposición, de los espacios peatonales y vehiculares. Si esas paralelas corren paralelas a la calzada es porque la circulación automotriz es lineal, continua y  en “una misma trayectoria”; si su intermitencia es perpendicular, es producto de la intermitencia de nuestro andar: bien comprenden esto los niños que juegan a pisar las rayas.
La idea que la senda es la continuación de la vereda en la calzada se ve desmentida así en la idea que vereda y calzada son parte previamente de una unidad que es la línea que trazamos mentalmente para representar la unión de dos puntos: el camino (como ya lo demostró el querido Jorge Simmel). Esa imagen original se diluye en la ciudad donde los puntos están ahora en todos lados y donde la línea que antes los comunicaba es la que tenemos que sortear para llegar de un punto a otro, de un lado a otro de la calzada, arrojándonos a esa batalla contra el caudal automotriz.

3. La senda peatonal marca el espacio de encuentro de dos mundos distantes. El mundo arcaico del peatón y el mundo maquinal del automóvil. El primero es un mundo corpóreo, pedestre, vital. Es un mundo donde el tiempo se mide en pasos, adquiriendo así una unidad espacio temporal. Donde el espacio es un enigma a ser descifrado, signos que no dicen lo que son. Un baldosa floja un posible salpicón, un vidriera una ganga, otros transeúntes posibles encuentros o desencuentros, situaciones de compromiso o de amor fugaz. El paseante es así un alquimista, el traductor que conjura los enigmas de la ciudad.
Por su lado, el automovilista se instala en un mundo lineal, hecho de vacío y de signos codificados, de flujos y trasladantes; donde el tiempo se mide en Km./h: solo la homogeneización del mundo a través de la técnica hace posible la idea de dividir el tiempo con horas, esta idea, que va contra la esencia de la matemática escolar que nos enseñaba a no mezclar papas con batatas, solo es posible porque el tiempo y el espacio son abstracciones de idénticas de unidades: un Km. es igual para todo auto, un paso será siempre diferente de otro paso.

4. Mientras que el semáforo regula la batalla entre peatón y automóvil, proponiéndonos alternadamente treguas y espacios de negociación; los cruces sin semáforo son el teatro de operaciones de una compleja operación militar. Por ello, el punto más elevado de la civilización europea es el respeto por la senda peatonal, que no es el respeto por la persona-peatón (no es una ética humanista), sino el respeto por la Ley que regula ese teatro de operaciones: aquí el contrato social es un contrato vial.
En Buenos Aires, en cambio, el respeto a la senda se construye en base al ejercicio del monopolio legítimo de la violencia por parte del peatón que, convertido en una turba enajenada se lanza desde ambos lados de la vereda en andanada mortal cada vez que el semáforo lo permite, pateando a su paso paragolpes invasores, asediando automovilistas…
Civilización y Barbarie, ya lo reconoció Sarmiento, la ley europea impuesta con sangre caudillista: j. M. Rosas ajustado a una senda peatonal.

 

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