Ciudad de pobres corazones
CEBRAS URBANAS
1. Quien traza el diagrama de una ciudad, como el
que bosqueja la planta de su departamento, suele trazar y cortar segmentos,
paralelas y perpendiculares, en una crecientemente compleja trama estructural.
Con una diferencia esencial que hace del arquitecto y del urbanista artes tan
distintas como la escultura y la artesanía: mientras que los primeros buscan
que sacar, los segundos qué poner.
Es conocida la idea de Da Vinci en relación a que su
“Piedad” ya se encontraba en la piedra y que él solo “quitó lo que sobraba”.
Pues bien, mientras el arquitecto y el artesano van agregando elementos a su
obra (asas, paredes, ornamentos y dinteles), buscando de esa manera contener el
espacio, el segundo, el urbanista, al trazar una línea abre un camino.
Proyectar una ciudad es organizar el vacío que contendrá la materia privada.
Este es el sentido de quien traza el diagrama de una ciudad.
No se trata de organizar, representando, los bloques
(en inglés cuadra es block, bloque) sino de abrirse camino a través de ellos,
no es distribuir las casas sino organizar la circulación entre ellas, la
conexión entre ellas. Solo a la luz de esta intelección primitiva podemos
comprender a la senda peatonal como la marca arcaica de la urbe y no un
artefacto postrero incorporado a los meros fines precautorios.
2. Su trazado intermitente es también producto de
otra intelección, la que piensa el solapamiento, la superposición, de los
espacios peatonales y vehiculares. Si esas paralelas corren paralelas a la
calzada es porque la circulación automotriz es lineal, continua y en “una misma trayectoria”; si su
intermitencia es perpendicular, es producto de la intermitencia de nuestro
andar: bien comprenden esto los niños que juegan a pisar las rayas.
La idea que la senda es la continuación de la vereda
en la calzada se ve desmentida así en la idea que vereda y calzada son parte
previamente de una unidad que es la línea que trazamos mentalmente para
representar la unión de dos puntos: el camino (como ya lo demostró el querido
Jorge Simmel). Esa imagen original se diluye en la ciudad donde los puntos
están ahora en todos lados y donde la línea que antes los comunicaba es la que
tenemos que sortear para llegar de un punto a otro, de un lado a otro de la
calzada, arrojándonos a esa batalla contra el caudal automotriz.
3. La senda peatonal marca el espacio de encuentro
de dos mundos distantes. El mundo arcaico del peatón y el mundo maquinal del
automóvil. El primero es un mundo corpóreo, pedestre, vital. Es un mundo donde
el tiempo se mide en pasos, adquiriendo así una unidad espacio temporal. Donde
el espacio es un enigma a ser descifrado, signos que no dicen lo que son. Un
baldosa floja un posible salpicón, un vidriera una ganga, otros transeúntes
posibles encuentros o desencuentros, situaciones de compromiso o de amor fugaz.
El paseante es así un alquimista, el traductor que conjura los enigmas de la
ciudad.
Por su lado, el automovilista se instala en un mundo
lineal, hecho de vacío y de signos codificados, de flujos y trasladantes; donde
el tiempo se mide en Km./h: solo la homogeneización del mundo a través de la
técnica hace posible la idea de dividir el tiempo con horas, esta idea, que va
contra la esencia de la matemática escolar que nos enseñaba a no mezclar papas
con batatas, solo es posible porque el tiempo y el espacio son abstracciones de
idénticas de unidades: un Km. es igual para todo auto, un paso será siempre
diferente de otro paso.
4. Mientras que el semáforo regula la batalla entre
peatón y automóvil, proponiéndonos alternadamente treguas y espacios de
negociación; los cruces sin semáforo son el teatro de operaciones de una
compleja operación militar. Por ello, el punto más elevado de la civilización
europea es el respeto por la senda peatonal, que no es el respeto por la
persona-peatón (no es una ética humanista), sino el respeto por la Ley que regula ese teatro de
operaciones: aquí el contrato social es un contrato vial.
En Buenos Aires, en cambio, el respeto a la senda se
construye en base al ejercicio del monopolio legítimo de la violencia por parte
del peatón que, convertido en una turba enajenada se lanza desde ambos lados de
la vereda en andanada mortal cada vez que el semáforo lo permite, pateando a su
paso paragolpes invasores, asediando automovilistas…
Civilización y Barbarie, ya lo reconoció Sarmiento,
la ley europea impuesta con sangre caudillista: j. M. Rosas ajustado a una
senda peatonal.
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