3 de octubre de 2014

DERECHOS HUMANOS - MONTE PELONI IV


nullI.- Anotamos en estos días una proliferación de ciertos discursos en los medios de comunicación que visibilizan los delitos sexuales en el marco del terrorismo de Estado. En general, como fruto de la lucha de los movimientos de género. Coyunturalmente, a raíz del testimonio de Araceli Gutiérrez en el Juicio Oral que se lleva adelante en Olavarría por los delitos de lesa humanidad cometidos en el Centro Clandestino Monte Peloni. Estos relatos hacen pie en ese oscuro innombrable: el horror.

     "Tortura, trata y corrupción de menores" (Pagina/12 3/10) 


“Después del relato descarnado, que casi condensó con la imagen del caño de un arma en sus genitales” (Infojus 29/10)
 
“Mi papá tuvo que elegir entre sus dos hijas, y mi hermana ya no está” (Infojus 29/10)

Y además esta visibilización está fuertemente signada por un discurso psi acerca de los traumas, las marcas, los efectos psíquicos.

“Cuando Araceli Gutiérrez ve la imagen imperturbable de los cuatro imputados por homicidios, desapariciones y apremios su cuerpo reacciona porque el cuerpo no miente” (ElPopular 28/10)

“Y su cerebro procesó a partir de los estímulos visuales todo el andamiaje que la volvió, una vez más, vulnerable y vulnerada” (El Popular 28/10)

“Araceli Gutiérrez padeció un cáncer, sufre de fibromialgia y tuvo un pico de presión el día en que vio el rostro del mal por las pantallas del juicio” (El Popular28/10)

Estos relatos que rescato, no ingenuamente elijo estos medios “amigos”, circularon por los días mismos en que se producía el testimonio. Hacen pie, decíamos, en el horror y en el cuerpo. No hay persona, hay cerebro, estímulos, reacciones involuntarias. Se borra la persona para poner en primer lugar el cuerpo. Algo similar hizo la Justicia al momento de la audiencia. El testimonio debió efectuarse  a puertas cerradas. El efecto de la sala vacía. La necesidad de sacar al público para cuidar al testigo… o para cuidarnos nosotros. Es la testigo quien no puede hablar o nosotros los que no podemos escuchar. Mejor que no hable, a ver si le hace mal.

Vaciar la sala es un gran gesto del un Tribunal que sostiene al testigo, no lo cuestionamos, obviamente. Pero señalamos que es también un signo. Ese vacío es el ojo de la tormenta. La forma que toma la imposibilidad de hablar, de representarse el horror. Pero acá no vale desensillar hasta que aclare. Hay que meterse en el ojo de la tormenta. Pero no para quedarse, ahí sino para salir fortalecido. Para disfrutar la claridad del amanecer.
 
Algo de esto pasa en los dircusos acerca de estos delitos: hay que meterse dentro del horror de esos relatos. Pero meterse para poder salir, no para quedarse atrapado en el relato, en el horror.

Meterse en el lugar de la victima para después poder correrse. Primero hay que reconocer el horror para después pedir justicia. No hay reparación si no hay reconocimiento.
 
II.- El reconocimiento de estos delitos, es importante, pues es el primer paso para salir de ahí. A veces los discursos están marcados por una mirada psicológica acerca de la marca, del horror, del trauma. No hay que olvidarse que la psicología, como todas las ciencias sociales, es también una ciencia política. Una ciencia acerca de los cuerpos, del control de los cuerpos, de cómo el discurso ejerce un control acerca de los cuerpos. No solo el horror ejerce un control sobre el cuerpo, sino especialmente los discursos, de los cuales la represión es solo una estrategia.
 
Pero la psicología, la sociología, no son solo ciencias políticas porque ejercen control sobre el cuerpo, sino también porque despliegan estrategias de liberación de los mismos. Liberarnos de los sentidos dominantes construyendo nuevos sentidos. La capacidad poética de la ciencia que crea y recrea nuevos significados.
 
Esos cuerpos marcados deben adentrarse en el ojo de la tormenta. Pero para poder salir. Hay que reconocer en los discursos las marcas del horror y las marcas de la luz. Los cuerpos también cargan con la luz de la lucha.
 
Entonces, hay que tener cuidado con los modos como nombramos esos cuerpos. Construimos esos cuerpos. Porque si bien cargan con el horror, también cargan con la poesía. Hay que dejar en el discurso la hilera de migajas que permitan recorrer el camino de salida.

III.- Pero ese segundo clivaje no se reconoció en el relato de Araceli que recuperan los medios de comunicación. Pues, atrapados en el discurso jurídico, se dedicaron a reproducir la visibilizción de las marcas. Tal como el representante de Araceli, que tuvo que poner el foco en el cuerpo (“¿Tiene todavía marcas de la tortura en el cuerpo?”), también los medios expusieron el cuerpo. Para la ley es necesario, pues sobre él se construye la materialidad de la prueba (cuerpo del delito), aquello que agrava el delito (y la pena). Las marcas son importantes, permitirán sostener la alevosía y los agravantes. Pero los medios al reproducir ese cuerpo, cuerpo de control, terminaron en un lugar innecesario.

IV.- Paradójicamente, la pregunta más interesante la hizo el perverso defensor Castaño. Obviamente con tono de chicana, le preguntó a Araceli si ella “seguía militando y en donde”. Ante esta impertinencia, el Presidente del Tribunal tuvo una buena reacción poniendo coto a esa desubicada persecución ideológica. Pero, quizás, hubiese estado bueno si la dejaba responder. Quizás si respondía hubiese podido construirse otro sentido.

Pues ella no solo es lo que fue, sino lo que hizo con eso. 

Y ahí hubiese aparecido el camino de migajas que nos sacaba del ojo de la tormenta. Hubiese aparecido así otra Araceli, distinta a aquella que la palabra de los medios y la justicia quería escuchar. Otro cuerpo, el que crió a 20 pibes en un hogar en la ciudad de La Plata, el que disputó recursos con un Estado, el que acompañaba a Cajade en la pelea por los recursos a un Estado que aseguraba impunidad al pasado y abandonaba al presente.


Contar como ese cuerpo cargó una familia. Porque Araceli contó las marcas de la familia. Pero que es una familia sino problemas. Y amor. Y podría haber contado eso, que esa familia no solo es la marca del horror sino la marca del amor con que Araceli la sostuvo.

Porque el cuerpo no miente, pero hay que saber escucharlo. Hay que rescatar la mirada de Araceli al defensor Castaño en cada una de esas preguntas impertinentes y casi ilegales. Hay que rescatar ese ir y venir que le llevó después a decir que “le maneje la audiencia a Falcone”. 

Ese cuerpo no se dejó dominar. Y eso debería rescatarse en los discursos que quieren domeñar el relato impertinente de Araceli.

V. A veces, los que trabajamos en estos temas, quedamos cegados por las tramas siniestras, los medios de comunicación queda hipnotizados por ese objeto trágico del relato. Pues esto es un relato. Claro que es un relato, porque la historia es un relato. Y esos relatos que son construcción deberían sumar estos modos de resistencia, esos gestos de rebeldía, ingenuos, de mínima monta, pero que destacan la mayor humanidad.

Araceli decía que, en ese contexto de abuso, cuando la van a bañar, desnuda ante 20 milicos, ella se pone mal porque no se había depilado. Un detalle que la pinta de cuerpo completo. Se rió, nos reímos. Yo lloré. El ser humano se colaba, se escapaba de las manos de los milicos. Araceli no dejo de ser mujer, pareja, compañera, madre, militante. No dejó de ser La Poquito.

 
Cada detalle, cada bombón, chiste, del relato de Araceli son restos de humanidad que bordean el ojo de la tormenta del relato, detalles que están atrapados por esos vientos huracanados del horror pero que si los sabemos seguir nos indican el camino para salir de allí.

No hay comentarios: