Los
70. Ser setentista es una
fatalidad. Como ser de Boca o devoto de María. De los setenta, uno es o no es.
Con los ochentas no es igual. Ser de los ochentas es una postura vinculada al
consumo, es ser “ochentoso”. Uno es
de los ochenta como es buen mozo o goloso.
Todo lo memorable de los ochenta está en segunda
fila. Ochentoso es Vicente Larrusa y Patricia Saran. Los ochenta son el reparto
del siglo.
De los setenta solo se puede ser siendo setentista.
Es una profesión como la de dentista o o de físico culturista. Y, como éstas,
es algo que se lleva marcado, en la boca o en el cuerpo. Los setenta son la
palabra. Un nuevo lenguaje. Por eso los setentistas son tan afectos a los discursos.
Discursos caducos, porque son siempre un ejercicio de la Memoria.
Memoria. La memoria es una tarea
dolorosa e ineludible para los que tienen algo recordar, un dispositivo
nostálgico de los que no tienen nada, y una palabra obligada si se busca una
beca. Una beca es como un placebo de la memoria, nos obliga a recordar todo lo
que olvidamos y que nunca recordaremos, porque si lo hiciésemos se terminarían
las cosas para recordar. Y las becas.
Recordar “todo” es la
utopia de la ciencia, pero la memoria es un ejercicio politico y no cientifico.
Y en politica que piensa la historia como un campo de flores cortadas. Porque
el olvido es necesario para el recuerdo, y porque hay
La memoria de los setenta
es una forma de la memoria de todo lo que no sucedió en los setenta, como el
hippismo y el psicoanálisis. Pero claro, como nada pasó antes o después de los
setenta que sea digno de recordarse debemos recordar los setenta para no
olvidar los sesenta o los ochenta.
Que la memoria es un
ejercicio oficial no es novedad. Ya lo decía Michelet cuando imaginaba al
Magistrado. Lo paradójico es que al ejercitar la memoria lo que se hace es recluir
al olvido todo lo que no es digno de ser recordado. Pues en el fondo no se
trata de recordar, sino de dignidad.
Dignidad. La dignidad de la memoria
no se oculta en el contenido del recuerdo. Todo recuerdo es indigno de por sí,
pues recuerda lo que se ha perdido. Tampoco la dignidad está en la legitimidad
del hablante, pues él es el portador de un mensaje. La dignidad de la memoria
se encuentra en la realización del acto de escucha. Cuando la palabra de los
sobrevivientes encuentra a otro que puede sostenerla, esa palabra se dignifica,
redimiendo la historia.
Los militantes
desaparecidos y asesinados durante el Terrorismo es Estado en Argentina no solo
fueron desaparecidos físicamente. También lo fueron simbólicamente. Miles de
sobrevivientes liberados de los campos de concentración tuvieron que cargar no
solo con la “culpa” del “algo habían hecho”, con la sospecha de la traición,
con la acusación del mercantilismo de la memoria. Todo desaparecido lo fue
cientos de veces. Como las hadas que vuelven a morir cada vez que un niño dice
que “no cree”.
Solo. Leo por ahí, “la política de Juicio y Castigo sólo ha posibilitado que 360 represores del Terror de
Estado sean condenados en 6 años de juicios, y que sólo una quinta parte de los
jóvenes apropiados en esos años recuperen su verdadera identidad”. Pienso, en
términos materiales el trecho que nos queda por recorrer como sociedad en
relación al procesamiento de los delitos de lesa humanidad es gigante. Y
pienso, si, verdaderamente “solo ha posibilitado” una
parte, pequeña, del todo.
No tan solos. Pero (siempre hay un
pero para un solo), como dice el Fiscal Abel Córdoba que “la palabra de los sobrevivientes sea hoy tomada como una verdad”,
ese es el verdadero logro de esa política de Juicio y Castigo. No tanto la Justicia cuantificable.
Ese es un ejercicio de contabilidad, no de memoria. Un ejercicio policial, no
de reparación.
En Perú, en los juicios
por el Terrorismo de Estado en contextos democráticos los miembros de las
fuerzas armadas son sobreseídos porque las únicas pruebas son los testimonios
de los campesinos y campesinas de las comunidades masacradas. En Brasil, recién
hoy se conforma una Comisión de la
Verdad a fin de tomar los testimonios que reconstruyan lo sucedido
en ese país. En Uruguay ya sabemos como somos el testimonio de las víctimas fue
sometido al voto popular. Es como si dijeran “el que quiera creer en las atrocidades que nos cuentan los
sobrevivientes que levante la mano”. Es de un cinismo que asusta. Y en
Chile ni hablemos.
Hoy, acá, que la sociedad
pueda escuchar a los sobrevivientes, pueda reconocer la lucha de más de 37 años
de los organismos, es un gran “pero” que transforma al “solo” en un “no tan
solos”.
Que la memoria (y con ella
la verdadera dignidad que pueda otorgar la verdad y la justicia) haya que
construirla desde ese “solo” que
implica la lucha y la resistencia de setentistas, es cierto; pero (siempre
habrá un pero para un solo) también desde la dignidad que solo puede prestar, como
dice el Sup Marcos, el caminar “juntos,
pero separados, de acuerdo”.
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