23 de octubre de 2014

EMEME - SEMAFORO



1. Si la esquina fue el lugar donde la detención entrañaba el saludo y la puesta en escena de ese teatro social llamado civilidad, la misse en escene del semáforo convirtió ese drama en el rito impersonal del trámite locomotriz. Bajo la figura del “policía de la esquina” primero, y en su recambio lumínico-tecnológico después, el Estado ha ido refuncionarizando el cruce de caminos en su prepotente pretensión de regular los circuitos de la vida social. De la misma manera en que antes lo hacía la caballerosidad y la “buena” educación hoy es la burocracia científica la que escribe el guión de nuestros encuentros ciudadanos.

Y más acá en el tiempo, a medida que el Estado se ha ido retirando, alrededor del semáforo se ha instalado un errante mercado de pulgas. El oficio de la monedita. Mendigos croatas, acróbatas flipeados, deslucidos limpiavidrios, canillitas, borrachos, quiosqueros fundidos y vendedores de pifias gangas. De la cortesía al Estado, y de este, al mercado. Por eso una multitud marchando vuelve obsoleto al semáforo. Porque el Estado y la economía rayan con la sociabilidad hirviente y crispada de la turba ciudadana.

El semáforo no es solo un testigo de la ciudad sino también del último siglo del capitalismo. El derrame liberal se produce por la ventanilla del conductor. De ahí que muchos elijan espejar los vidrios... del lado de adentro, y así mirarse a si mismos y decir que lindo soy.

2. El semáforo nos iguala a todos en la detención, es el socialismo automotriz. Hasta que la luz se pone verde. Y entonces, mientras nos vemos superados por los últimos modelos, nos damos cuenta que semáforo es la Socialdemocracia del tránsito. El punto de largada de un liberalismo rodante.

Los únicos que nos superan mientras estamos detenidos en rojo son los estudiantes en bicicleta. Lo que demuestra que ni el liberalismo ni el socialismo pueden conmoverlos. Porque la carrera universitaria tiene su propio semáforo, que se llama mesa examinadora; su propio embotellamiento, que se llama fotocopiadora; y hasta su propio paseante, que se llama estudiante crónico. El estudiante crónico lo es por defecto familiar o por defecto militante. El primero por exceso y el segundo por ausencia. Demasiada gente lo espera en casa o ningún cargo se la ha habilitado por ahora. Las universidades son el purgatorio del infierno de la política.

3. Hay una sociabilidad de semáforo, un haz de vínculos sociales mediatizados por la electricidad. Una sociabilidad que se expresa en el esfuerzo de toda la comunidad por hacer inteligibles y controlables los encuentros casuales. El peatón sabe de este esfuerzo. Su mirada va perdida en el suelo, evitando el encuentro con desconocidos, ocultando su persona. Pero toda una visión periférica se disciplina en el transeúnte de turbas urbanas. Todo caminante urbano es un entrenado deportista cuyos reflejos, sentidos y desplazamientos están perfectamente coordinados en una gimnasia que esquiva cuerpos, evita el topetazo, elude obstáculos y acorta distancias.

Al automovilista en cambio, le está negado este arte de la interpretación y la calistenia. Maniatado en su cinturón, encadenado al volante, esclavizado por su bólido, condicionado por la calzada, el conductor debe someterse a los dispositivos normativos y de control que distribuyen el flujo cosmopolita. Su arte no proviene, como el del peatón, de la experiencia. Sino de la correcta interiorización del conjunto de normas y reglamentos de tránsito. Solo por ello es posible la idea de un “examen teórico de conducción”.

Cuando el peatón y el automovilista se encuentran en la esquina, ese cruce no es confluencia, sino obstáculo en el camino. Son dos lógicas diferentes las que concurren, dos modos de pensar la ciudad y dos formas del vínculo social: como decíamos, es la racionalidad legalista del automovilista y el arte intuitivo, corporal y fugaz del peatón. Y a pesar de ello, lo más increíble y paradójico, es que en el encuentro las lógicas se trastocan. El automovilista a medida que se aproxima, rememora su arcaico arte de la interpretación para saber por cuál lugar cruzará el transeúnte, si respetará o no la luz roja, si mira el camino o atiende a una blonda que lo enfrenta en la calzada; el peatón por su parte, se racionaliza y le reclama al conductor el respeto a ley, a la senda peatonal… y al semáforo.




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