7 de agosto de 2014

EMEME - FRONTERAS

CIUDAD DE POBRES CORAZONES



 1. Más allá del diseño de las calles, dos trazos son configurantes de la ciudad: la línea municipal, frontera de lo público y lo privado; la línea circunvalación, frontera del adentro y del afuera


2. La primera surge por reducción de la fachada, que es a su vez el despliegue estético del cerco. Del frontispicio a la baldosa coloreada, la línea municipal une en la continuidad lo que separa en su metáfora de muro ausente, que no es otra cosa que una filosofía política de la ciudad. La línea municipal es ante todo el vestigio de una distancia, la que se alza entre los asuntos de la comunidad y los asuntos de la casa.
De un lado la Polis. Arena pública, donde “todo lo necesario queda excluido de manera absoluta” y el hombre interactúa “voluntariamente” con un “otro”, en palabras de Arendt, mundo compartido, de peligros pero también de encuentro y por lo tanto de explosión de las potencias del hombre. Del otro lado el Domus, la esfera doméstica donde el hombre satisface sus necesidades esenciales, espacio de resguardo, de reproducción, de calor de hogar y oscuridades de vidas intimas.
Atravesamos cotidianamente la línea municipal con la cadencia y la magia del actor que sale de  bambalinas, nos arrojamos a la vida social con nuestro grandioso o humilde disfraz de ciudadano, con la resignación de lo cotidiano, con la maravilla del ser que hemos elegido (o podido) interpretar. No hay camino de regreso, no hay backstage en nuestra vida cotidiana: la línea municipal establece un código de entrada, el de la cortesía del la invitación, el de la seguridad de la defensa propia. Por ello, parafraseando mal a Arendt, podríamos decir que salir de la casa es una actitud de arrojo heroico. Es liberarnos de nuestras necesidades domesticas y apropiarnos del escenario de lo social.

3. En nuestro mundo de vida, el racionalismo platense llega a tal punto, que se ha postulado  la ciudad como Patrimonio de la Humanidad, no por la antigüedad de sus casas, ni por referencias a hechos históricos, tampoco por referencias a prácticas, ritos, tradiciones; sino por su trazado. Ni el aura de un objeto único, ni la memoria de un tiempo olvidado, el valor puro de una abstracción: la línea municipal. Mientras otras ciudad se llenan de porosidades (galerías, pasajes, patios abiertos, plazas internas en los corazones de manzana), de espacios donde lo público y lo privado de mezclan, se nutren, se regeneran; La Plata permanece rígida e inmutable, su diagrama es el dispositivo político más moderno y efectivo que el país halla podido pensar.
  
4. La segunda frontera surge por disolución, son los arrabales, las vías muertas, las grandes autopistas. El adentro y afuera rememora los límites de la polis con el desierto, de un lado ciudadanos, del otro lado los bárbaros. Indios, gauchos, taitas, cabecitas. Aun hoy, con sus brazos de molusco, su múltiples centralidades que se extienden como manchones en un lienzo de Pollock, su potencia colonizadora, la ciudad sigue definiendo sus afueras, sus bárbaros, sus peligros externos.
Atravesamos la frontera de la circunvalación con el gesto de aventureros arrojados a lo que no tiene nombre, con la potencia de la autoridad que descubre, nomina, domina. Pero esa frontera es porosa también hacia el otro lado. También los bárbaros se lanzan y atraviesan los muros de la ciudad: son simuladores, fumistas que no usan disfraces sino que juegan con el lenguaje, lo deforman, demandan su derecho de pertenencia a algo que ya no es lo que era.

5. Dos trazos son configurantes de la ciudad: la línea municipal, la que administra el espacio de vida; la línea circunvalación, que define los peligros cuyas amenazas mantienen al municipio unido. La primera es hija de la politeia, administración de los usos públicos y privados, organización social de los cuerpos y la visibilidad, de los usos del cuerpo. La segunda es vestigio de la polis, hija de la poiesis, es la frontera que pone nombres, y que continuamente se desgrana y reconstituye.


De niño, pero aún también en las soledades de las noches de andares perdidos por la ciudad, jugaba a caminar por esas hileras de baldosas. Ese gesto, seguirse en el encanto del muchacho que sostiene a su pareja caminar sobre la pequeña muralla, cuya magia se intuye en el estarse del viejo y el mate en el umbral, en la aventura del zaguán, en el misterio de los pasajes, en la potencia de la memoria que eligió las baldosas como medio para instalar lo político de la militancia en lo cotidiana de la frontera que atravesamos para quedarse allí como un recuerdo que arde. Ese gesto, es un atreverse a hacer de las fronteras lugares para estar, no para separar. Es celebración y denuncia de los límites, de las categorías, del malentendido.  

1 comentario:

Roberto dijo...

Había un viejo en mi barrio, con pinta arrabalera,de traje y chambergo, que maldecía las baldosas flojas que al salpicarle le alteraban su prestancia al caminar; por eso las llamaba "mierdosas". Puede ser una metáfora de la realidad que enfrentamos al transponer los límites que describís y transitar nuestras veredas.